El genio de Iago Aspas gobierna Galicia con esa mano firme que agarra el escudo cada vez que obliga al rival a doblar la rodilla. Dos goles del delantero moañés, el segundo de ellos majestuoso, resolvieron el derbi para liberar de preocupaciones las vacaciones de los vigueses y sepultar al Deportivo bajo un mar de inquietudes. Convertido en el dueño de los últimos enfrentamientos de rivalidad entre Celta y Deportivo el moañés volvió a tener el papel estelar de quien ya ha hecho méritos para ser considerado el mejor futbolista de la historia de este equipo. Por la trascendencia de sus actuaciones y por los escenarios escogidos. Riazor, que le recibe encendido, dispara su motivación, saca lo mejor de él. Olvidados los errores de otro tiempo, Aspas ha canalizado su energía y talento para convertirse en elemento desequilibrante de los últimos duelos de rivalidad. Ayer volvió a suceder para relativizar el partido del Celta, discreto en muchos conceptos, pero letal en el área del Deportivo donde irrumpió siempre de forma explosiva para castigar los errores y la falta de contundencia de la retaguardia coruñesa, un verdadero dolor de muelas, que amenaza con convertir esta temporada en una experiencia traumática si no cambian de forma radical.

Cuatro minutos tardó el Celta en comprobar lo transparente de la defensa rival. En su primera jugada con sentido, una buena combinación de Jonny y Pione acabó con el centro del danés al segundo palo donde su compatriota Wass apareció para marcar de cabeza ante la mirada comprensiva de la retaguardia coruñesa. No dio muchas más señales de vida el Celta en esa primera entrega; simplemente se limitó a sentarse a esperar. Porque el Deportivo, liderado por el sentido del juego y la calidad de Colak, apretó en la presión, generó algo de juego, pisó el área, disparó, pero demostró tener nulo acierto para equilibrar con rapidez el delo. Le faltó frialdad al Celta para manejar esos minutos en los que no encontró a Lobotka -la navaja multiusos de este equipo- y al resto de futbolistas les quemaba la pelota. Demasiada prisa, sobredosis de imprecisiones, escaso control por parte de un equipo incapaz de adivinar el camino para dañar a un Deportivo casi siempre desprotegido en su propio campo. Pero no lograron los de Unzué salidas limpias del balón para aprovechar esos espacios. Los coruñeses pudieron empatar en un par de acciones antes de que Iago Aspas decidiese que era su momento. Mucho tuvieron que ver en la jugada del 0-2 el ímpetu de Maxi Gómez -que las peleó todas- y la indecente actuación de los centrales del Deportivo que no supieron responder a un pelotazo largo de Rubén Blanco. Maxi ganó el balón tras el regalo de Sidnei y entregó de forma precisa a Aspas para que marcase a puerta vacía y ampliase en el marcador una diferencia que no se había visto en el campo.

Pero en el descanso Cristóbal tomó una decisión que parecía obra de Unzué, como si el navarro le hubiese abducido. Retiró a Colak, la principal pesadilla del Celta, para meter más peso en el área con Andone. Aquello desactivó por completo a los coruñeses que fueron engullidos por un pequeño eslovaco que se adueñó del partido. Liberado del marcaje del turco, Lobotka se transformó en un gigante al que se fueron cosiendo todos sus compañeros (sobre todo el Tucu). El Celta ya jugó donde quiso ante un Deportivo deshilachado, sin la pelota para jugar y sin capacidad para recuperarla. Los espacios que liberaban los coruñes eran ocupados por los jugadores de Unzué. Y en sus mejores momentos llegó la obra maestra de Iago Aspas. En una falta frontal el delantero colocó el balón cerca de la escuadra izquierda de la portería de Rubén. La mejor felicitación navideña posible para su gente, la firma de un genio que disfruta del mejor momento de su carrera.

Con el 0-3 el partido amenazó tragedia grande para el Deportivo. Cristóbal no encontraba solución al desaguisado mientras el Celta, con los jugadores enfocados hacia la portería rival, encontraba mil caminos para hacer más grande la grieta entre ambos. Pero entonces el Celta se apiadó de su gran rival. Le regaló un gol para dar una falsa sensación de que el partido aún tenía vida. Andone aprovechó un mal despeje de Cabral aunque le sirvió de poco al Deportivo que a partir de ese momento trató de hacer algo de ruido, pero no pasó de eso. Dudó el Celta en algunos instantes entre otras razones porque le faltó ese segundo de calma en el último tercio del campo para encontrar una jugada que acabase de rematar al Deportivo. Pero las bromas acabaron con la entrada de Radoja en el campo. Con el serbio en el campo el equipo de Unzué le escondió la pelota equipo de Cristóbal y convirtió los últimos minutos en un ejercicio de impotencia de los coruñeses que fueron concumiéndose ante un Celta que ya se limitó a esperar el momento de ponerse a cantar villancicos.