La vejez te lleva a presumir de lo que fuiste, mientras el presente y el futuro es de los jóvenes. Ese es el papel que ahora juegan el Deportivo y el Celta en el derbi gallego. Los blanquiazules presumen de los títulos conseguidos entre siglos; los célticos son los dominadores claros de este duelo en los últimos tiempos. Cinco triunfos, un empate y una derrota suman los de Vigo en las últimas siete citas entre eternos rivales, que ayer vivió otra jornada intensa y apasionante. La rivalidad entre el norte y el sur vuelve a generar buenas sinergias. Atrás quedan los días de violencia inexplicable.

"Donos da tormenta, capitáns na tempestade". El deportivismo confeccionó un gran tifo para exhibir en el partido más importante de la temporada en Galicia. La frase va bien para el mar de la Torre de Hércules, pero también para el que golpea a las Cíes. En los últimos años el Celta es el auténtico dueño de esta tormenta futbolística y capitanea el derbi gallego con números incontestables.

Ayer, el clásico gallego reunió a más de treinta mil aficionados, con el presidente de la Xunta ejerciendo de máximo responsable institucional, junto a los alcaldes de las dos ciudades protagonistas del derbi, a los que se unió el de Ferrol, muy seguidor del Celta. Faltó el presidente del club vigués, que anticipó las vacaciones de Navidad.

Hora y media antes del inicio del partido, tres seguidores del Celta desafiaron a la marabunta blanquiazul que esperaba en la calle Manuel Murguía la llegada del autobús del Celta. Con bandera y bufandas, los jóvenes seguidores del equipo vigués se apostaron en las vallas que la policía levantó como perímetro de seguridad para que Aspas y compañía accediesen al estadio sin problemas.

Muy cerca de allí, en el barrio de San Roque, se veía algún grupo de aficionados con camisetas y bufandas de ambos equipos. Pasados los tiempos difíciles, en los que la violencia se había instaurado en el fútbol, el derbi gallego vuelve a recuperar la normalidad. Las diferencias se dirimen cada vez más en la dialéctica, o en "guerras de pancartas", como la protagonizada esta semana por la afición coruñesa.

Esa exhibición de mensajes continuó ayer. En la avenida Alfonso Molina colgaron un gran trapo recordando el 0-5 de la temporada 2003-2004 en Balaídos. Ese triunfo del Dépor fue el principio del fin de Lotina como entrenador del Celta. El vasco acabaría años después en el banquillo de Riazor.

La jornada del derbi gallego comenzó temprano para el celtismo. Un total de 786 celtistas consiguieron entrada para el último clásico de 2017. Nueve autobuses se pusieron en marcha a partir de las diez de la mañana en dirección norte, por una autopista AP-9 a la que iban añadiéndose furgonetas policiales, apoyadas desde el aire por un helicóptero. En el peaje de Macenda estaba prevista la reunión de los nueve autobuses cargados con celtistas, que fueron escoltados hasta el estadio coruñés, ahora denominado Abanca-Riazor. En la puerta 20 esperaba personal del Celta para comprobar los códigos de las entradas.

Recibimiento con pitos a la afición rival, en un estadio que sonó como una sola voz con la interpretación del himno gallego. Desde un fondo, sin embargo, se cantaba: "O equipo da Galiza somos nós". Con el marcador de cara para el Celta, sus seguidores se centraron en el humor: "Luisinho balón de oro". Y a medida que iban cayendo los goles de Aspas, Riazor enmudeció al grito de: "Que bote Balaídos", "Gracias por venir" y "Queremos otra pancarta".