El Celta dio un salto atrás en el calendario. Lejos de continuar la línea marcada en sus últimas visitas al Camp Nou y Mestalla, donde dio la impresión de haber encontrado el camino, el equipo de Unzué involucionó para recuperar su versión más plomiza y que parecía haber desterrado. Lento, previsible, aburrido y desesperante por momentos perdió en Balaídos ante un rácano Villarreal que aprovechó una de sus escasas apariciones en el área de Rubén para marcar el gol de la victoria y echarse luego a dormir. El resto fue un ejercicio de impotencia de un equipo huérfano del liderazgo que ejercen en el campo Hugo Mallo y Iago Aspas. No solo en el juego, sino también en el aspecto emocional. Al Celta le faltó todo lo que estos dos futbolistas generan con la pelota, pero también sin ella. Sin su carácter sobre el terreno de juego, el Celta se transformó en un equipo perezoso que dominó el partido con comodidad, pero sin la sustancia suficiente como para sacar al Villarreal de la hamaca en la que se tumbó a defender la ventaja que consiguió pasada la media hora de juego. Solo la entrada en el segundo tiempo de Emre Mor, un alborotador nato al que todavía le faltan muchas guardias para entender el juego y traducir su talento en puntos,sacó al partido de su tono monocorde, de ese insulso magreo de la pelota que practicaron los vigueses durante casi toda la tarde.

Precisamente la ausencia de Emre Mor fue la gran novedad de la alineación de Unzué. Sin el sancionado Aspas se daba por segura su presencia en el once inicial. Pero es evidente que el talento del turco no compensa a ojos del técnico su indolencia táctica. Brais fue el elegido para llenar la banda derecha con Wass en el sitio de Hugo Mallo, el otro gran ausente de un Celta que fue incapaz de agitar un partido que pareció jugarse siempre a pocas revoluciones. Como un atleta incapaz de cambiar de ritmo en la última vuelta, los de Unzué fueron un equipo fácilmente controlable por un Villarreal que se preocupó por cerrar siempre los pasillos interiores donde confluían siempre los intentos vigueses. Sin profundidad, velocidad, ni desequilibrio en la banda, el Celta se convirtió en algo absolutamente previsible, desbordante de posesión, pero con nula presencia en el área rival. En medio de esa falta de recursos nadie se atrevió a coger el testigo de Iago Aspas. Pione no se fue una sola vez de Mario y Maxi, que no recibió un balón en condiciones, se aisló como es habitual en esta clase de partido. Y ante ese inofensivo dominio, el Villarreal comenzó a aprovechar sus recuperaciones para asomarse al área de Rubén. El portero de Mos intervino con acierto en el minuto 21, pero no pudo hacer nada poco después en una llegada del Villarreal que retrata el poco carácter del Celta ayer. Los vigueses replegaron con rapidez tras una pérdida, pero una vez en el área se quedaron parados ante la llegada de la segunda línea de los amarillos. Bacca puso un gran centro y Fornals, ante la mirada contemplativa de Hernández, cabeceó a placer a la red. La tarde se le complicaba a un Celta que solo había generado peligro en un disparo de Jozabed y otro de Maxi a los que respondió Asenjo con una eficacia extraordinaria.

Unzué en el segundo tiempo trató de agitar el árbol con la entrada de Emre Mor, un jugador con el que evidentemente el técnico no tiene prisa. El turco es un tipo especial. Le sale el ingenio por las orejas, pero tiene muchas cosas que aprender para convertirse en el jugador que apunta. Pero su descaro al menos sacó al Celta del tedio en el que se había instalado. El Villarreal desapareció del campo del Celta que durante 45 minutos trató de encontrar una grieta en la sólida construcción de su rival. Solo Mor, en contadas ocasiones, fue capaz de descolocar a los de Calleja y apartarlos de su plan. El resto fue lo de siempre: nulo aprovechamiento de las bandas, escasa profundidad y la insistencia de buscar el camino siempre por el centro porque el turco huía de la banda derecha como si aquello fuese una zona minada. Unzué tomó entonces una decisión extraña. Reunió en el mismo equipo a Guidetti y Maxi -pese a que esta temporada se ha demostrado que con ellos dos en el mismo once el equipo ha sido incapaz de reconducir un solo partido- pero prescindió de Pione Sisto, el mejor asistente de la Liga. Es cierto que no estaba jugando bien, pero es el hombre que mejor centra en este equipo con enorme diferencia. Su ausencia tiene poca lógica en el momento en el que hay más gente buscando un remate.

La cuestión es que el Celta mantuvo su dominio empujado por la energía de Lobotka -un motor de enorme potencia escondido en el cuerpo de un utilitario- y por la ayuda que en el último tramo supuso la presencia a su lado de Radoja. En esos aceptables momentos del Celta tuvieron los vigueses el gol del empate pero se lo impidió Asenjo, el poste que repelió un remate de Emre Mor y el exceso de furia de Sergi Gómez que en el descuento envió al limbo un balón muerto que se encontró en el último intento de los célticos. Seguramente ese gol hubiese hecho justicia a un partido en el que, independientemente del mediocre partido del Celta, el Villarreal se llevó un premio exagerado.

La derrota supone un paso atrás para un equipo que había dado síntomas ilusionantes en las últimas jornadas e inquieta por la falta de ideas y carácter mostrada en buena parte del partido. Y queda en evidencia que la vida sin Mallo y sin Iago Aspas no es igual.