El Celta había acudido en el pasado al mercado invernal en busca de refuerzos. Las cesiones incorporadas en los tiempos de penuria (Demidov, Pranjic, Íñigo López, Wellinton) dieron paso con la mejora de la economía a la adquisición de futbolistas en propiedad con importantes desembolsos monetarios, primero Theo Bongonda, más tarde Claudio Beauvue, Marcelo Díaz y la pasada temporada Andrew Hjulsager.

Aunque ocasionalmente se han formalizado cesiones -el caso más reciente es el de Jozabed, adquirido luego en propiedad-, desde la pasada temporada el Celta se ha convertido también en un club vendedor en invierno, bien por la necesidad de solucionar un conflicto en el vestuario, bien por motivos puramente crematísticos.

La pasada temporada se produjeron ejemplos de ambos supuestos. Por una parte, el club se vio obligado a quitarse de encima a Fabián Orellana por un problema de indisciplina con Eduardo Berizzo.

La salida del atacante chileno se sustanció con su venta -formalizada a través de una opción de compra obligatoria- al Valencia por un monto de 3 millones, el doble de lo que costó cuando el Celta se lo compró al Granada, aunque el club nazarí conservaba el 20 por ciento del pase y se llevó 500.000 euros con la operación.

Muy distinta, persiguiendo un beneficio puramente económico, fue el traspaso de José Narajo al Genk belga. El andaluz fue el primero de los fichajes veraniegos incorporados por Felipe Miñambres, Costó un millón de euros y llegaba avalado por una gran temporada en Segunda División con el Nástic de Tarragona, con el que había anotado 15 goles la temporada anterior.

La falta de confianza de Berizzo, que no había solicitado su contratación para un puesto que el equipo tenía bien cubierto con Pione Sisto, propició su traspaso al cuadro belga por 1,8 millones y un beneficio neto de 800.000 euros en unos pocos meses.