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El partido de las paradojas

El Celta, mejor con diez que con once. Unzué se equivocó en el planteamiento y acertó con los cambios

Emre Mor compite por el balón con Bigas. // Elvira Urquijo

La paradoja hecha partido. Una goleada que genera más dilemas que certezas. Goles que preceden al juego. Un Celta horrible con once, frágil e inconsistente pese a retrasar su presión; un Celta maravilloso con diez, solidario y atrevido. Unzué incompetente en la preparación y el diseño de lo propio; Unzué inteligente en la modificación y la reacción a los estímulos rivales. De esta colisión de pulsiones contrarias sale un conjunto en el fiel de la balanza y la clasificación, más consciente de su potencial ofensivo, todavía dubitativo en su estructura, listo para examinar ante el Atlético si está para mayores metas que la permanencia.

altas y bajas presiones

Unzué renunció a la presión adelantada. Iago Aspas se quedó como protocolaria barbacana, aislado del dispositivo. Quizás Unzué entendió que el equipo todavía carece de la coordinación necesaria para agobiar zonalmente al rival. Quizás su elección obedeció a algún tipo de lectura coyuntural, la habilidad combinativa del Las Palmas o su lentitud en el balance, propicio para buscar la contra. El Celta, pese a retrasarse, ofreció pavorosos síntomas de debilidad en el primer periodo. Se apretó mal contra la frontal de Blanco, muchas veces en una sola línea. Jonathan Vieira tenía tiempo para filtrar sus pases interiores. Y la deficiente basculación céltica permitió cómodos centros laterales. Pero Unzué remendó el estropicio en el descanso. El equipo ya había mejorado antes de la expulsión de su portero y no tembló en inferioridad. Se permitió incluso adelantar la presión en momentos puntuales. Unzué taponó todas las grietas que Ayestarán quiso buscar, salvo el emparejamiento entre Remy y Sergi Gómez. El técnico navarro alimenta por igual a adeptos y detractores. En él se percibe una idea atractiva, pero aún muchas dificultades para concretarla.

producción a la inversa

Como en Eibar, los goles precedieron al buen juego, en una dinámica de producción inversa a la que se le supone al fútbol. Pocos equipos de la clase media poseen tanto filo. Los tantos del primer periodo obedecieron a chispazos individuales; los de la segunda, a la capacidad de coser ese talento en asociaciones colectivas, que es lo deseable. Existe material.

pione y emre, la promesa

Unzué apostó por la alineación bonita, la de los artistas del balón en el tridente. Pione Sisto y Emre Mor se parecen en su genialidad en el desborde. Pero también en su miopía juvenil. Siempre buscan el gol o la asistencia. Quieren aparecer en la fotografía del último pase. Y se les necesita también en el penúltimo, en el antepenúltimo y en todas las combinaciones al primer toque que proporcionan fluidez a un equipo. Si aprenden a canalizar sus cualidades, proporcionarán al Celta gloria y millones, por ese orden. Pero también hay que disfrutar del vértigo que supone sentir que puede suceder algo especial cada vez que contactan con el balón. Existen pocos jugadores en todo el mundo que deslumbren tanto como Mor en los primeros metros de cada acción.

la maldición y la flor

La maldición de Rubén Blanco y la flor de Sergio Álvarez se conjugan. Al mosense le sucede algo cada vez que parece instalado en la cima, una lesión o una expulsión que le obligan a reiniciar la escalada. El catoirano resucita cada vez que se le da por muerto. Ambos ofrecieron ayer un excelente nivel. Rubén transmite más seguridad y arriesga menos con el pie. Sergio exhibió su temple en una situación complicada, sobre todo en su situación de ángel caído. El Comité de Competición debería facilitar que Blanco mantenga la titularidad ante el Atlético. Pero la actuación de Sergio ayer, ya antes de saltar al campo, en esa alegría genuina de su celebración de los goles, debería hacer reflexionar a la directiva sobre su renovación. Es un hombre de club, capaz de asumir cualquier rol que le adjudiquen. Y a Villar le conviene a su edad más una cesión que la suplencia.

el gran dilema

Quién sabe si una tarjeta amarilla absurda, la que recibió Maxi Gómez ante el Girona por protestar, puede variar los planes de Unzué a corto plazo. La lesión de Guidetti abrió al uruguayo una acceso inmediato al once inicial, que seguramente el técnico no hubiera considerado tan pronto. Su asombrosa eficacia goleadora lo ha mantenido después, cegando cualquier debate más profundo sobre los mecanismos internos del equipo. Iago Aspas puede producir desde la banda, pero ligado a un ariete más asociativo que Maxi, animal de área a quien le convienen los centros de Pione. Iago Aspas aprovechó la oportunidad para recordar su jerarquía y reclamarle a Unzué que tome decisiones en función de sus necesidades. Pero a la vez Maxi Gómez puede argumentar que su rendimiento no merece la suplencia. Está por ver cómo el chiquillo, que de entrada hubiera admitido el papel de meritorio, puede encajar un agravio ahora que se ha hecho con un puesto en la selección uruguaya. Y al fondo Guidetti, en una incómoda tercera posición. Compleja gestión táctica y psicológica para el cuerpo técnico.

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