Maxi Gómez recibió ayer un curso acelerado de lo que ha sido la historia reciente del Celta. Le habrá venido bien porque la pretemporada ayuda a ponerse en forma, a conocer a los compañeros, a un entrenador, pero no concede la oportunidad de entender determinandas cosas. A diez minutos de que acabase su primer partido oficial en Balaídos, sentado en el banquillo, el delantero uruguayo disfrutaba de su primer día de gloria en la Liga española. Dos balones había cazado en el área de la Real y los había alojado en la portería de Rulli con la frialdad y la solvencia de quien lleva toda la vida haciendo la misma tarea. Fue como ponerle un sello a un par de documentos. Pum, pum. El estreno soñado, inimaginable para un futbolista que seguramente y hasta la lesión de Guidetti no iba a ser titular en la primera jornada. Pero allí estaba el uruguayo para adueñarse del partido, escuchar su nombre en boca de los aficionados y convertirse en el primer héroe de la nueva campaña. Pero en el Celta hay que estar siempre prevenido porque la desgracia está al acecho. Y sucedió. En un final ridículo de partido, el equipo de Unzué arruinó la tarde con tres regalos incomprensibles (dos de ellos en esos últimos diez minutos) que permitieron a la Real Sociedad llevarse de Balaídos un premio gigantesco y castigaron de manera cruel y desmedida el buen comportamiento que durante setenta minutos tuvieron los vigueses. Es un mal endémico en el Celta, que ningún otro entrenador de la era moderna ha sido capaz de corregir. Una de las principales tareas que esperan a Unzué, quien además añade más riesgo a la ecuación con esa idea de sacar el balón jugado desde la portería. Una idea a partir de la cual se comenzó a construir la derrota ante la Real Sociedad.

La fiesta de Maxi Gómez saltó por los aires de la peor manera y arruinó lo que prometía ser una extraordinaria puesta en escena del equipo vigués en el campeonato. Mucho mejor de lo que cabría esperar a mediados del mes de agosto. Porque el Celta jugó mucho y bien. Solo hubo un cambio con respecto al equipo que goleó a la Roma hace una semana, el de Maxi Gómez por el lesionado Guidetti. El Celta, gobernado por la versión más talentosa y atlética de Wass y adornado con ese duende que le proporciona Jozabed al ataque, retorció a la Real Sociedad hasta arrinconarla en su área. Los vigueses buscaron sobre todo el costado izquierdo de los vascos, donde gracias a las subidas de Mallo y la presencia de Iago Aspas se multiplicaron las situaciones de gol. Casi todas en las botas del moañés que se estrelló unas veces con la falta de puntería y en otras con las manoplas de Rulli. Tanto insistió el Celta que a los veinte minutos llegó el primer gol en un centro de Pione que tras un rechace cazó Maxi Gómez a la media vuelta para situarla en un rincón de la portería de Rulli. El remate parece rutinario, pero desvela lo que de instinto hay en ese muchacho. La portería siempre en la cabeza, el pie cargado. El gol desató una versión aún mejor del Celta que percutió sobre la portería de una Real que, al preocuparse por cerrar la banda derecha, se encontró con que los de Unzué empezaron a asomar por la banda de Pione. Siempre encontraban una puerta abierta los vigueses por la que llegar al salón de los donostiarras. Pero sucede en el Celta que si algo no saben hacer es cerrar la propia. Estaba el partido en paz cuando una de esas salidas de pelota desde la posición de Sergio acabó con el temido ridículo. El portero falló una entrega y envió un pase a Oyarzabal que metió el interior del pie para anotar a puerta vacía el empate. Una broma de gol. La culpa es del portero, pero la responsabilidad la comparte con Unzué que asume ese riesgo, que lo reclama incluso. Esa cuestión dará para largos debates durante esta temporada, sobre todo si se reproducen situaciones tan aberrantes como la de ayer.

El Celta se levantó del mazazo que supone regalar de forma infantil lo que cuesta tanto ganar. Acabó el primer tiempo y empezó el segundo asediando a la Real hasta que Maxi volvió a sacar la caña a pasear. En un saque de esquina buscó la zona desguarnecida de la defensa realista con la intuición de un depredador. Y así fue, a ese espacio fue a caer el balón. Luego liquidó el trámite a un toque, con naturalidad, sin subir de pulsaciones. Pum. A un rinconcito.

La tarde ya estaba claro que era de Maxi Gómez. Retumbaba su nombre en las gradas cuando Eusebio dio un paso adelante. Aparecieron Vela y Juanmi en el campo con la idea de preparar la carga de los donostiarras. Unzué vio venir la situación y, tras unos minutos de tranquilidad y de control por parte del Celta, reforzó el medio del campo con la entrada de Hernández por el golador uruguayo, situación que permitió a Iago Aspas recuperar su sitio como delantero centro. El plan era claro. Controlar la zona importante del campo y romper por velocidad en ataque. Luego se marchó Jozabed (entró Lobotka) y ya la cosa comenzó a cambiar. La salida del sevillano coincidió con el segundo parón para beber agua y descansar. El Celta regresó al campo tras la interrupción, pero su alma se había quedado en la banda bebiendo Powerade. La Real tuvo más presencia en el campo vigués,pero su bagaje de ocasiones fue ridículo. Apenas un disparo lejano de Illarra que Sergio desvió a córner. El problema fue que el Celta sacó entonces la escopeta para dispararse directamente en los pies y arruinar la tarde. Primero en una pérdida que originó el gol de Juanmi y luego por el error de Jonny a tres minutos del final que acabó en un penalti (inexistente) que William José convirtió en el 2-3. Sin merecerlo la Real se llevaba los puntos mientras el Celta se quedaba con la misma cara con que la vaca ve pasar el tren.