La marcha del Toto, razones y reacciones, retrata bien la compulsión autodestructiva del Celta. El club se ha comportado con torpeza y ceguera estratégica, pecados a los que añadirá su silencio mártir. En el celtismo cunde el cainismo, la grosería maniquea. Ya se sabe que en el fútbol las verdades caducan al segundo. El recuerdo del Toto pesará según lo que pase con su sucesor. Pero este dolor lastra, fractura, y hubiera podido evitarse.

Ya se han elaborado teorías conspirativas al respecto, en general por gente que jamás ha hablado con nadie de la directiva y del entorno del Toto: el nuevo estadio, los chinos, la avaricia de Mouriño, la maldad de Chaves, los fichajes que hicieron o dejaron de hacerse... Son las divergencias salariales las que desencadenan el divorcio. Las dos partes pudieron coincidir en varios momentos. Han estado persiguiéndose sin encontrarse. Midieron mal los plazos del otro. Tengo la íntima convicción de que el club y el Toto se separan queriéndose, como en una comedia de enredos, que aquí adquiere un tono trágico.

Algunos se escandalizan aristocráticamente si les hablan de la importancia del dinero en este caso, como si les pareciese una vulgaridad. Descubren manejos en cualquier línea, oscuras campañas de desprestigio. Han beatificado al Toto, al que ven como al eremita en el desierto, alimentándose del amor del celtismo. Son los primeros que lo subestiman. El Toto no necesita que nadie lo idealice convirtiéndolo en una especie de ser angelical, desprovisto de apetitos; es de carne y hueso, con inclinaciones humanas. Fue durante un tiempo uno de los entrenadores que menos cobraba en Primera porque entendía que le tocaba. Igual que entendía ahora que había llegado el momento de que él y su cuerpo técnico se situasen en otro nivel de cotización. Por el dinero en sí y por la valoración profesional que comporta. Sí, Berizzo pedía más. Eso no afea en nada su figura. Ha contribuido a generar muchos ingresos. Ha rendido en su trabajo más de lo que cabía esperar de nadie. Lo merecía.

La petición de Berizzo, que se retrasó en su postura, no hipotecaba al Celta ni comprometía su austeridad. Sí obligaba a matizar determinados principios que han regido la política deportiva y económica del club durante la última década, como la jerarquía salarial. Al presidente y sus colaboradores les faltó convicción. Creyeron detectar algún síntoma de fin de ciclo y dudaron si anticiparse a él. Después, aunque convencidos de prolongar esta etapa, no han tenido la flexibilidad necesaria para cerrar el acuerdo que prácticamente todo el mundo demandaba. Mouriño jamás rectifica cuando cruza la frontera que él mismo se ha trazado.

La dificultad para percibir y valorar adecuadamente el sentir del celtismo ha sido siempre uno de los principales defectos de esta directiva, quizás porque vivió bunkerizada durante su primer lustro, odiada por todos, y eso le ha proporcionado la confianza en que superará cualquier desafección. Uno no puede gobernar un club en función de lo que desee su afición, que tiene el derecho a ser voluble, pero tampoco totalmente de espaldas a ella. Ha de valorar en cada paso los pros y contras. Berizzo garantizaba la continuidad del estilo y la adhesión de la masa social. La paz era tremendamente necesaria en estos tiempos de guerra civil institucional y ciudadana por culpa del estadio. Abel Caballero hablará pronto y es un ajedrecista mucho más hábil. Difícilmente dejará escapar este momento de fragilidad que Mouriño le ha ofrecido.

Yo entiendo la indignación que percibo. El celtismo se ha sentido representado en Berizzo: en su valentía futbolística, en su discurso coherente, en los valores que ha representado como nadie dentro y fuera de la cancha. Otra cosa es esa necesidad de diferenciar claramente a los buenos y a los malos de este relato. Mouriño, que hoy no renueva a Berizzo, es el mismo que apostó por él cuando pocos lo hacían y el mismo que lo sostuvo cuando muchos pedían su destitución. Chaves, esa figura en las sombras, por eso mismo ideal para achacarle cualquier conjura, ha sido el ideólogo del saneamiento del club y de su crecimiento deportivo. E igual que Berizzo, también él ha rechazado ofertas mejores por compromiso. No existe lo blanco y lo negro, sino ese gris que cada uno percibe según su pensamiento; no diablos y querubines batallando entre sí, sino personas que adoptan decisiones, que se equivocan o aciertan, creyendo que es lo mejor. Pero ya se sabe que el infierno es siempre el otro. El futuro del Celta no depende solo de que la directiva expíe este maniobra con su gestión; también de que el celtismo sepa seguir adelante sin amargura.

En el fondo, Berizzo sale beneficiado de esta separación, aunque hoy se sienta tan triste que no lo comprenda. La suya con el Celta es una historia inconclusa, como esos romances veraniegos que se terminan porque llega septiembre, no porque el amor se haya agotado. Berizzo ya no sufrirá goleadas. Nadie le criticará la tardanza en los cambios. En nuestra memoria su Celta seguirá cargando contra el rival de manera suicida. Ajeno ya a cualquier contaminación de la realidad, a cualquier desgaste, ninguno igualará su belleza. No entró aquella última ocasión de Old Trafford, pero sí las que imaginaremos que se hubieran producido si se hubiese quedado. Se ha repetido mucho una de sus frases: "Hay un día en que el soñador y el sueño se encuentran". Es de lo poco en que difiero del Toto; el sueño más hermoso es el que nunca llega a cumplirse.