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Revivo enciende Anfield

Un mes después de derribar el Villa Park, el Celta sumó en el campo del Liverpool una victoria legendaria gracias a un gol del israelí con la pierna que apenas utilizaba

Aspecto de la grada en la que estaban los aficionados del Celta en Anfield. // Cameselle

Hacía frío en Liverpool. Menos que en Salamanca, donde el Celta había jugado un día antes, pero más difícil de soportar. Cosas de la humedad. Al equipo le costó disimular la amargura que supuso el empate en El Helmántico. Aunque avanzaba en la competición europea, los de Víctor Fernández estaban obsesionados con la pelea por los primeros puestos ligueros. Eran otros tiempos. Acababa de disputarse la jornada trece y el Real Madrid y el Barcelona marchaban en la séptima y octava posición (Mallorca, Deportivo y Celta conformaban el podio en ese instante). Sería ciencia ficción hoy en día. Por eso los dos puntos perdidos en los últimos minutos en Salamanca habían amargado a buena parte de la expedición. Sobre todo a los rusos. Mostovoi se negaba a hablar y a posar para los fotógrafos "porque parece que ahora no valemos para nada y todo el mundo juega mejor que nosotros"; Karpin estaba molesto porque las puntuaciones sobre su actuación en el partido habían sido, desde su punto de vista, muy bajas. Cosas de futbolistas.

Pero Liverpool acabó por devolverles la alegría. Primero fue gracias al paseo por la ciudad y la visita a The Cavern (que se perdió una buena parte de la plantilla). Anfield hizo el resto. El entrenamiento del día anterior despertó los instintos más primarios en los futbolistas que se sintieron seducidos por el escenario, por la estrechez de su vestuario, por la plaquita que tocan los jugadores locales al saltar al campo y por aquel olor a fútbol que emanaba de cualquier esquina. De repente ya no existían Salamanca ni aquellos dos puntos perdidos a tres minutos del final. Estaban en un territorio sagrado, el lugar perfecto para escribir otra página histórica en la vida del Celta y a esa tarea se encomendaron sin volver la vista atrás.

Víctor Fernández andaba tranquilo. Solo tenía que solucionar un asunto y era decidir quién ocuparía el sitio del sancionado Penev en el once inicial. Hasta el último de los mortales sabía que ese puesto era para Juan Sánchez, aunque el técnico se hiciese el interesante en la víspera. El resto de la alineación salía de carrerilla. La recitaban los celtistas al levantarse cada mañana: Dutruel, Michel, Cáceres, Djorovic, Berges, Mazinho, Makelele, Mostovoi, Karpin, Revivo y Sánchez. El once que dos semanas antes había aplastado al Liverpool por 3-1 en un partido que no hizo justicia a lo sucedido en el terreno de juego. Owen había adelantado a los de Houllier -el primer entrenador no inglés que se sentaba en el banquillo de Anfield- y posteriormente les había pasado un ciclón por encima. Gudelj, en el descuento había marcado el tercero para conseguir que el vieja a Inglaterra fuese un poco más tranquilo. Pero quedaba por comprobar en qué medida les afectaría verse en Anfield, enfrentarse a The Kop, esa grada inmensa que guarda las esencias del Liverpool. De ese muro de aficionados han dicho muchos veteranos de guerra del fútbol británico que era el mejor jugador de los "reds" y que en el campo sentían que la grada "aspiraba el balón". A la hora de la verdad el ambiente (Anfield no llegó a llenarse), el hipnótico "You'll never walk alone"o el ánimo infatigable de los aficionados ingleses acogotaron lo más mínimo al Celta. Solo Michael Owen, joven y entusiasta, generó algún quebradero de cabeza en las filas viguesas que jugaron el partido con la tranquilidad y la veteranía de quien se sabe muy por encima del rival, por muy ilustre que éste sea.

En el segundo tiempo, al poco de reiniciar el partido, llegó la sentencia. Fue en una acción en la que una rápida circulación dejó a Revivo cara a cara con su lateral. El israelí trazó un recorrido poco usual en él. En vez de buscar la línea de fondo, un clásico en su repertorio, para poner el centro se vino hacia el medio tras dejar seco a su marcador. Corrió paralelo a la línea del área grande y con su pierna derecha soltó un remate raso que hizo inútil la estirada de "Calamity" James.Gol y celebración muy próxima al lugar de los hechos. Allí, en la esquina donde deliraban los mil aficionados del Celta que se habían desplazado hasta orillas del Mersey. De ahí al final del partido el Liverpool sacó la bandera blanca. Se rindieron sin remisión. Otra noche de felicidad, de regreso a casa con la sonrisa pintada en la cara, con recibimiento de madrugada en Peinador, cánticos dirigidos a Mostovoi, a Revivo, a Karpin (a quien ya no le preocupaban tanto las puntuaciones de los periódicos) y a cualquiera que asomase por la terminal. Meses después vendría el Olympique de Marsella, pero eso ya es otra historia. Inglaterra había sido sometida, un nuevo estadio mítico había sido derrumbado por el genio de un equipo inolvidable que construyó buena parte de su leyenda en el país donde esta noche una nueva generación busca el pase a la primera final de su historia.

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