El Celta se enfrenta al desafío de su vida. El sueño de estar en la primera final europea de su historia queda ahora a expensas de una gesta descomunal: vencer a ese monstruo que es el Manchester United en el templo de Old Trafford. A eso se obliga el Celta tras la derrota sufrida en Balaídos donde un gol de falta directa de Rashford hizo justicia al inteligente partido del conjunto británico y castigó la falta de identidad de los vigueses, ansiosos por momentos, desnaturalizados casi todo el partido y sometidos por la exhuberancia física del grupo de Mourinho que ganó todos los duelos individuales y anuló el talento de los vigueses hasta inclinar el partido de su lado en el segundo tiempo.

El técnico portugués -al margen de la chequera de un club que es capaz de mantener una plantilla como ésta-es el principal responsable de lo sucedido ayer, de la desfiguración que sufrieron los vigueses. Mourinho logró llevar el partido a su rincón, sacar al Celta de su plan habitual y transformar el choque en un duelo clásico de la Premier League. No se trataba de ir y venir -un negocio en el que el Celta es realmente solvente-, sino de correr, chocar y resistir. Una idea que los de Berizzo no supieron manejar desde el pitido inicial. En ese escenario el Manchester United impuso el tamaño de sus futbolistas, su fortaleza y velocidad. No era una batalla de fútbol, sino de kilos. Durante la última semana previa al encuentro de Balaídos Mourinho se ha quejado mucho de que tenía fundida a su plantilla tras un calendario agotador. Pues nada de eso se vio en Balaídos. Los "red devils", que lucieron un despliegue físico escandaloso, se instalaron en el campo del Celta abusando del juego directo y ganando después todos los rechaces con aparente facilidad. En la guerra de las segundas jugadas el United arrolló a los vigueses. Nadie manifestó con tanta claridad esa inferioridad como Radoja. El serbio, un futbolista básico en el juego y la estabilidad de los célticos, se vio desbordado desde la primera acción en la que fue en busca de un balón. Su desigual batalla con Pogba fue una de las vías por las que se le empezó a escapar el partido al Celta. El francés reinó en el medio del campo, bien secundado por la coherencia de Herrera y el trabajo de Fellaini, y acabó por acomplejar a Radoja hasta hacerle dudar en cada una de las jugadas. Por sencilla que pareciese la solución, siempre se complicaba la vida. Cada una de sus pérdidas o de sus cortes fallidos eran una puñalada para las intenciones del Celta.

Con Radoja y sus compañeros de línea descolocados tanto en la construcción del juego como en la destrucción, el United encontró con facilidad vías hacia el área de Sergio. Era tan sencillo como recuperar un balón y poner en acción a Rashford, Lingard o Mkhitaryan que encontraban pasillos abiertos. Talento y piernas veloces en funcionamiento. Al Celta le rescató en ese primer tramo del partido que los centrales ajustaron bastante bien las ayudas y que Sergio tuvo una noche luminosa. El de Catoira sacó de la escuadra una balón a Rashford al poco de empezar y dos mano a mano a Lingard y Mkhitaryan. Sostuvo en ese instante delicado el meta a los vigueses, que solo dieron señales de vida en ataque, en un cabezazo franco que Wass remató fuera en la opción más clara de los vigueses en esa primera parte. No estaban para pensar en Romero. Su idea era quitarse de encima aquella paliza física a la que les estaban sometiendo los de Mourinho con cuatro ideas básicas que sirvieron para desconectar al Celta y transportarle a una clase de partido que no saben jugar. Y mucho menos contra gente de semejante envergadura. No puede compararse el partido por ejemplo con lo sucedido ante el Alavés. Contra los vitoriano hubo mucho de renuncia, pero ayer era una cuestión de incapacidad, de estrellarte contra un muro.

Las cosas fueron tornando en el arranque del segundo tiempo, seguramente porque Berizzo convenció a los suyos de que el camino no era otro que parecerse al equipo desatado y afilado que tantos problemas genera a sus ilustres visitantes. El United salió con una mueca conservadora en la cara y dio un paso atrás. Eso relajó a los centrocampistas del Celta, hizo visible a Pablo Hernández y permitió que hubiera más conexión con Aspas y Sisto, casi inéditos en el primer tiempo. También Mallo y Jonny, cansados de correr hacia atrás, empezaron a poner la vista en el campo contrario. Como las maniobras de los grandes trasatlánticos, el partido fue girando de forma apenas perceptible hacia el área de Romero. Sacó el argentino un disparo de Pione en el 58 que se envenenó tras rozar en la pierna de un rival y el Celta revoloteó en las proximidades del área. Pero le esperaba una cuchillada traicionera. Sucedió cuando el partido encaraba los veinte minutos finales. Una falta teórica para un zurdo dejó helado a Sergio. El meta esperaba el lanzamiento de un zurdo o de un diestro por fuera de la barrera, pero el ingenioso Rashford soltó un latigazo en busca del palo que él debía defender. El meta no pudo reaccionar a tiempo y el United cobró ventaja cuando al partido se le ponía mal aspecto para sus intereses. Se levantó el Celta. Con orgullo y atrevimiento. Los vigueses, un tanto liberados al verse por debajo en el marcador, buscaron soluciones. Casi siempre en las diagonales de Sisto y Aspas. En un día de escasa profundidad, los vigueses tiraron del ingenio de sus jugadores de banda. Hubo situaciones peligrosas, cierta sensación de agobio, pero sin grandes ocasiones. Ayudó de forma considerable la entrada en el campo de Jozabed que rompió algunas líneas y puso los pases con mejores intenciones que salieron de los centrocampistas del Celta. El United resistió con decencia gracias al buen trabajo de sus centrales -muy bien Bailly y Blind- y luego tiró de oficio con la complicidad del árbitro que permitió que las pérdidas de tiempo de los ingleses frenasen el empujón final del Celta. Hasta en eso se advirtió la mano de Mourinho, excitado en la banda en esos momentos definitivos, contribuyendo a que el juego desapareciese por completo del césped y el reloj corriese alegremente a su favor. Un comportamiento discutible en un equipo tan grande, pero lícito si en el campo hay alguien que lo consiente. El esfuerzo final el Celta solo le alcanzó para poner algún centro en busca de la cabeza salvadora de Beauvue, el último recurso de Berizzo antes de estrechar la mano de Mourinho con la mirada de quien sabe que nada está perdido, de quien dará la última batalla. Difícil, pero no imposible. Nadie sabe de sobrevivir como este Celta. Y esta Europa League es buena prueba de ello.