La energía, el ansia y la velocidad del Athletic fueron demasiado para este Celta hipnotizado por el calendario, que parece contener la respiración mientras cuenta los días que faltan para enfrentarse al Manchester United en la eliminatoria que provoca sueños humedos en la ciudad. Su vida hace tiempo que se limita al duelo contra los de Mourinho. Todo lo demás se ha convertido en accesorio, algo que está dilapidando de manera acelerada el buen rendimiento liguero que los de Berizzo han tenido durante tres cuartas partes del campeonato. Este final está siendo insufrible. La decisión del técnico de tirar de su segunda unidad los fines de semana para cuidar de sus titulares ha terminado por traducirse de forma inmediata en el rendimiento y los resultados del equipo. No tiene el Celta veinte futbolistas de un nivel similar y ayer quedó claro tras un partido que volvió a poner en evidencia a muchos de los futbolistas del equipo vigués. El Athletic, intenso desde el pitido inicial, se tragó a un Celta sin control, justo de orden, blando en defensa y muy inocente en los últimos metros. La clase de equipo que los bilbaínos engullen como si fuesen sardinillas. Bastó el oportunismo de Raúl García, el dominio de la escena que tiene Beñat y las piernas de Williams para que el Celta se derrumbase sin ni siquiera abrir la boca para protestar.

Solo en el primer tiempo los vigueses dieron la impresión de estar en condiciones de oponer alguna clase de resistencia a un Athletic consciente de que abordaba al Celta en una situación ideal para alimentar sus opciones europeas. Hubo un pequeño espejismo, un guiño de esperanza, cuando el partido entró en un viaje de ida y vuelta y asomaba cierto entusiasmo vigués en la presión. Pero era una simple ilusión. Al Celta le faltaban casi todas las herramientas con las que se puede ganar un partido. A Berizzo no le funcionó ninguna de sus apuestas del día, nadie del banquillo dio un paso adelante para ganar mayor protagonismo a ojos del entrenador. En una alineación en la que de los habituales solo aparecieron Sergio -finalmente se descartó la opción de que debutase Iván Villar-, Fontás y Wass, nadie se salvó de la quema.

El partido tardó sin embargo en inclinarse porque el Celta amagó con ejercer resistencia y al Athletic le costó tomar las riendas del partido. Más por demérito suyo que porque estuviese sucediendo algo interesante al otro lado. Los vigueses al principio tuvieron sus opciones aprovechando alguna pérdida y dándole salida a la pelota por los costados, donde se situaron Bongonda (al que Berizzo comenzó situando en la derecha) y Hjulsager. Pero en los últimos metros tanto ellos como Beauvue eligieron siempre la peor decisión.

La inocencia no fue patrimonio del ataque. Lo mismo sucedió en el otro área. El Athletic, en cuanto Beñat entró en juego, comenzó a encontrar con facilidad espacio para que Williams y Muniain corriesen y generasen ocasiones para medir los reflejos de Sergio. No hubo noticias del medio del campo del Celta -salvo las apariciones de Jozabed en el primer tiempo- y sobre todo de la defensa, superada siempre por la velocidad de los atacantes vascos. Nada hacía albergar una mínima dosis de optimismo. Y en cuanto comenzaron a llover los saques de esquina, la situación se hizo alarmante. En uno de ellos, el Celta volvió a mostrar su faceta contemplativa. Se juntaron la voracidad de Raúl García con la indolencia de Fontás en esa acción. El centrocampista marcó el primero pasada la media hora y convirtió el resto del partido en una cuesta abajo para los de Valverde.

El segundo tiempo se jugó simplemente porque lo exige el reglamento. El Celta hubiese renunciado de buena gana. Kepa fue un simple testigo mientras el Athletic percutía con insistencia sobre Sergio. El Athletic tuvo el absoluto control sobre el partido. Sus mediocampistas no encontraron la mínima oposición y casi siempre dejaban a los delanteros en posiciones ventajosas contra la defensa viguesa. Marcó de nuevo Raúl García en una de las primeras oleadas de los vascos del segundo tiempo y la herida pudo ser mucho mayor porque el Celta fue incapaz de frenar aquella hemorragia. El balón no llegaba al área bilbaína. O moría en el medio del campo o en los esfuerzos inútiles de Bongonda, Beauvue o Hjulsager. Incluso Jozabed, que había demostrado algo diferente en el primer tiempo, acabó contagiándose del ambiente general y desapareció en la mediocridad del colectivo.

Ante semejante panorama, Berizzo comenzó a dar descanso a algunos futbolistas como fue el caso de Daniel Wass. Había sido suficiente su presencia hasta ese momento en el terreno de juego teniendo en cuenta la proximidad del duelo ante el United y tampoco estaba el danés muy centrado en la batalla que estaba librando hasta ese momento. A partir de ese instante todo consistía en que la herida no fuese demasiado grande para no ensombrecer más el momento del Celta porque era evidente que el partido ya no iba a ayudar a levantar la autoestima del grupo. Marcaron el tercero los bilbaínos en los últimos minutos y se cerró ahí la herida. El grupo de Berizzo se marchó del partido sin disparar una sola vez entre los tres palos y sin lanzar un saque de esquina. Un espanto que a partir de hoy quedará oculto bajo el nombre del Manchester United, pero que obliga a reflexionar.