Mourinho no ha venido al fútbol para hacer amigos o para darle a la gente un entretenimiento. Su vida se mide en puntos, en resultados y a ellos consagra sus plantillas por muy grandes que éstas seas. El Manchester United entrenado por el portugués, el que dentro de una semana pisará Balaídos para enfrentarse al Celta en la Europa League, arrancó un trabajado empate en el derbi ante el City que le permite mantener abierta la posibilidad de clasificarse para la próxima Champions a través de la Liga (es quinto a dos puntos del tercero y uno del cuarto), sin necesidad de jugarse toda la temporada en el duelo contra el Celta y en la hipotética final de Solna.

El United quería un punto y con él se fue a dormir. El ejercicio de voluntarismo del Manchester City de Guardiola se estrelló contra el muro que Mourinho levantó en el Etiyah y que lució de manera más esplendorosa en el segundo tiempo, jugado de un modo casi exclusivo en su propio campo. Porque en el primero aún disimuló el United, aún amenazó al City con castigarle gracias a las piernas de esos disparos que son Martial y Rashford. Los dos jóvenes delanteros completaron con el armenio Mkhitaryan el trío de atacantes con los que Mourinho trató de compensar la ausencia del lesionado Ibrahimovic. La consigna era clara: esperar, robar y correr. Y los "citizens" pasaron ciertos apuros porque Rashford y Martial, especialmente el primero, le sacó los colores a Otamendi en más de una ocasión, pero nunca llegaron a comprometer realmente a Bravo.

En el otro sector el Manchester City se agarró a Agüero. El argentino tuvo la ocasión más clara en el minuto ocho (un centro de De Bruyne que estampó contra el poste) y luego se encontró siempre con David de Gea, solvente, seguro y espectacular cuando hizo falta. Al menudo delantero argentino le faltaron socios con los que establecer alguna relación. Sin fluidez en el medio -a Yaya Touré se le escuchan los crujidos a distancia-, el juego del City fue demasiado previsible como para inquietar a un equipo como el United, que parece haber encontrado la solvencia y la seguridad que le faltó al comienzo de la temporada. Mourinho suplió la ausencia del lesionado Pogba con Fellaini y el oficio de Carrick -pieza esencial en el medio del campo-y de su defensa frenaron los intentos de sus vecinos.

El panorama cambió ligeramente en el segundo tiempo porque el United acabó por cansarse de correr detrás de la pelota que movía el City de un lado a otro. Y se fueron agrupando de un modo más descarado alrededor del área que defendía De Gea. Ya no había salida por ningún lado. Rashford y Martial dejaron de ser un problema porque sus centrocampistas no llegaban a tener la pelota y los balonazos desde su campo tampoco generaron situaciones de peligro. En ese escenario, el City fue encerrando más y más al United aunque los de Guardiola siguieron escasos de inspiración y de genialidad en los últimos metros. Tampoco encontró el técnico soluciones en el banquillo y el suyo se convirtió en un ejercicio de impotencia, una colisión permanente contra las dos líneas que Mourinho había situado frente a su área.

El partido se agitó en el tramo final gracias a una acción absurda de Fellaini que colapsó mentalmente en un par de minutos. Se ganó una amarilla, acto seguido corrió tras Agüero para derribarle otra vez y cuando el árbitro parecía expulsarle la expulsión le soltó un cabezazo (exagerado por el argentino) que le envió a la ducha. Entonces sí. Entró Navas, el City se abrió a los costados y empezaron a caer centros laterales que el United se quitaba de encima como buenamente podía. Guardiola se jugó entonces su última baza. La de Gabriel Jesús, el talentoso brasileño que después de un estreno fulgurante en la Premier, llevaba un par de meses fuera de los campos. El ex del Palmeiras agitó el partido, estuvo en todas las salsas, marcó un gol en el descuento que fue anulado y estuvo cerca de derribar el muro de Mourinho. Pero quedó en pie. Con un par de bloques de hormigón ligeramente tocados, pero intacto.