El Celta dejó la tarea a medias. En una noche llamada a hacer historia, el equipo de Berizzo alimentó el sueño de sus aficionados con una victoria corta para sus méritos y que solo estropeó por dos incomprensibles errores -que resultarían groseros incluso en el fútbol modesto-, pero que vinieron a emborronar una noche absolutamente luminosa de sus delanteros. Ante un complicado y descarado Genk, un conjunto ágil en la salida de la pelota, con más peligro que nombre y que disfruta galopando al espacio, el Celta atacó como una águila imperial pero defendió como un inofensivo jilguero. Y es que pocos equipos son capaces de cambiar de un modo tan dramático de una esquina a otra del campo, de cuando pisan el área rival a cuando deben proteger la propia. El colmillo que sobra en un lado, falta en ocasiones en el otro. Solo así se entiende que los de Berizzo viajen a Bélgica con una renta tan escasa después de la montaña rusa que fue el partido, en el que el Celta se levantó con energía y coraje tras recibir el primer gol, pero que estropeó cuando parecía haberse metido el partido en el bolsillo y aguardaba el momento justo para sepultar las esperanzas de los belgas.

La defensa viguesa tardó solo nueve minutos en advertir a su entregada hinchada que la noche no iba a resultar en absoluto sencilla. La primera acción en ataque de los belgas dio paso a una sucesión de lamentables acciones defensivas de los jugadores de Berizzo. Fontás, fuera de posición, fue regateado como si fuese un poste por Trossard; Jonny perdió la marca de Boetius y el remate de éste encontró una respuesta mínima por parte de Sergio. Un espanto. El Celta respondió con grandeza al palo con el que le recibió el partido. Como si en ese preciso momento les sonase el despertador, parecieron entrar en trance. Llegó una de esas medias horas en las que uno se reencuentra con lo más puro del fútbol. Atacar sin volver la vista atrás, sin medir a veces las consecuencias, agitar un partido hasta reventarlo. Con la zona que ocupaba Pione Sisto como habitual zona de paso, al Celta se le hinchó la vena, los ojos se le llenaron de sangre y descargaron con fiereza sobre la portería de Ryan que se preparó para el bombardeo. Empujó y presionó el medio del campo, pero el partido lo inclinó el talento del trío de atacantes que alineó Berizzo (Sisto, Aspas y Guidetti, que regresaba tras la lesión). Un tormento para los defensas belgas.

Empató Sisto tras una gran combinación con Guidetti -el hombre al que buscaba el Celta para explotar su facilidad combinativa- y aquello fue como si sonasen las trompetas de Jericó. Tres minutos después Iago Aspas recogió un balón en la línea de medios del Genk, corrió treinta metros y colocó el balón con la precisión de un cirujano junto al palo derecho de Ryan. Aquella locura contagió al Genk -atrevido y peligroso cada vez que cruzaban en manada el medio del campo- y los dos equipos entraron en una fase del partido que parecía el combate entre dos púgiles novatos que sueñan con una oportunidad entre los grandes. El campo se transformó por momentos en un manicomio: carreras de un lado al otro, escaso orden, malas defensas, pésimos posicionamientos, pero toda la entrega y voluntad del mundo. Parecía que por alguna extraña razón Celta y Genk había decidido resolver el duelo antes del descanso. Los vigueses siguieron defendiendo de manera ridícula -lo que llenaba de esperanza a su rival-, pero en el área contraria pusieron de manifiesto su puño firme. Guidetti hizo el tercero poco después de la media hora de juego. El sueco aprovechó una autopista en el costado derecho de su defensa para avanzar, buscar un socio (Aspas que le devolvió la pelota en el momento justo y le distrajo a los defensas), y soltar un disparo extraordinario al palo que los porteros suelen despreocupar. Con ese tesoro, producto de una reacción colérica, se fue el Celta al descanso.

Tras el viaje a la caseta los de Berizzo volvieron con un punto más de calma, de paciencia, convencidos de que aquel viaje de ida y vuelta no era tan necesario. Conscientes de que parte del trabajo estaba ya hecho, bajaron un poco las revoluciones, escondieron la pelota y dejaron que el Genk corriesen tras ellos. Se vio que a los belgas les incomoda ese escenario. Adelantaron la defensa y se advertía el peligro en cada una de las acciones de los vigueses. Se trataba simplemente de acertar en uno de los envíos para abrir una grieta ya insalvable entre ambos equipos. Y había mucho tiempo para conseguirlo.

Del idílico panorama en el que vivía el Celta le sacó otra broma defensiva. Un balón que Cabral trató de despejar de forma ridícula para a continuación consentir un centro al segundo palo que defendía Jonny. El de Marín de manera incomprensible decidió hacer la estatua, apartarse de manera irresponsable ajeno a la presencia de Buffel que sorprendió a Sergio con su remate. Al Celta le costó levantarse de ese regalo. Ese segundo gol de los belgas quedó impreso en sus cabezas y le generó cierto bloqueo. Entraron Beauvue y Jozabed por los agotados Guidetti y Wass y los vigueses buscaron la solución en los pasillos interiores aprovechando que Iago Aspas había abandonado el costado. El moañés tuvo la oportunidad más clara en una acción a la que respondió Ryan con la mejor parada de la noche cuando Balaídos cantaba el cuarto. Ese gol que parecía separar lo que va de un buen resultado a la invitación a la angustia en la que se transforma ahora el partido de vuelta. Pero los sueños para este equipo nunca llegaron sin la dosis justa de padecimiento. Solo falta que dejen en casa esa cara de jilguero que se les pone a veces cuando defienden.