Eduardo Berizzo, de no haber sido llamado por el espinoso camino del fútbol, habría sido un grandioso publicista. Un fiel exponente de la prolífica y genial escuela argentina que domina el oficio como nadie y que son capaces de arrancarte una lágrima mientras te venden un estropajo. Si cierras los ojos cuando habla tras los partidos es fácil imaginarse que estás escuchando uno de esos anuncios cargados de emoción que arrasan en los festivales y sacuden el alma de los espectadores hasta dejarles noqueados y con ganas de llamar a casa con cualquier excusa para soltar un "te quiero". Su Celta es exactamente así. Un equipo que parece vivir dentro de un interminable y conmovedor anuncio en el que la musiquilla nunca deja de sonar.

Habrá en el futuro pocas victorias con la carga simbólica de la vivida anoche en ese homenaje al lujo que es el estadio del Krasnodar. No por la magnitud del rival, que cayó sepultado con justicia ante un equipo que le superó por fútbol y actitud y ante el que apenas pudo abrir la boca, sino por todo lo que encierra un triunfo que devuelve al Celta al tiempo en que temíamos que Mostovoi agarrase un resfriado o le empezasen a salir arrugas. Durante aquel tiempo delicioso, engrandecido también por el paso de los años, pululaba por las bandas de Balaídos como recogepelotas un montón de chavales que se dejaban cada semana las rodillas y el aliento en A Madroa. Iago Aspas era uno de ellos; Hugo Mallo vendría poco después. Desde entonces los sueños que aquellos mozalbetes dibujaban mientras devolvían el balón al campo fueron tomando forma hasta llegar al primer equipo. Les tocó vivir los años duros, los de Segunda División, los de picar piedra para seguir respirando. Aquellos en los que un grupo de muchachos que apenas tenían barba que afeitar libraron al club del desastre y le empujaron hacia la luz. Ayer, dos goles salidos de esa remesa de futbolistas han devuelto al Celta a la nobleza del fútbol europeo. Parece un cuento que recitar a los niños para dormir. Hay franquicias americanas que harían una marca de una historia como ésa.

Aspas y Mallo simbolizan mejor que nadie el tormentoso y excitan viaje que el club ha realizado en los últimos años. Cuando dentro de un buen número de años cuelguen las botas el club cerrará una era en la que el nombre de Berizzo permanecerá también tatuado en el recuerdo de los aficionados. Poco importa lo que venga a partir de ahora. La nómina de partidos históricos que ha regalado su equipo en los últimos años dan para un coleccionable por fascículos. La de Krasnodar es la última (por ahora). Un partido en el que, con la eliminatoria en su bolsillo, el primer gol llega tras una aparición en el área rival de su lateral derecho. Un simple detalle que explica como nada la filosofía de un equipo que sueña y piensa en grande. Berizzo les ha convencido de ello y solo un equipo que cree ciegamente en su entrenador se comporta con la grandeza de este Celta. Su ejemplo me trae el recuerdo de Jock Stein, entrenador del Celtic, que le dijo un día al genial Johnstone: "Mira Jimmy, si un día vienes y me preguntas si tienes alguna posibilidad con una actriz famosa te diré que eres demasiado feo. Pero si me preguntas por el fútbol te diré que no hay ningún equipo al que no puedas ganar". Aquella generación le creyó y en Lisboa en 1967 levantaron la Copa de Europa ante el imponente Inter de Milan.Con el Celta sucede algo parecido. Han encontrado un entrenador extraordinario, pero también un publicista único capaz de convencerles de cualquier cosa, de crear un grupo que parece salido de un anuncio. Un equipo que tras una de estas noches nos obliga a llamar a casa para decir "te quiero" al primero que conteste al teléfono.