En relación con una destacada información publicada recientemente en FARO DE VIGO, sobre peticiones de abandono de la Iglesia Católica, quisiera aportar algunas reflexiones.

Nos guste o no, es preciso asumir que el bautismo recibido en la infancia es un hecho pasado irreversible, equiparable por ejemplo al hecho de haber nacido en un país determinado. Es absurdo querer dar marcha atrás a la moviola y pretender eliminarlo. Es verdad que los padres católicos no piden su consentimiento a los niños recién nacidos para bautizarlos, pero tampoco lo hacen para vacunarlos, ni para preguntarles si prefieren tomar el biberón o chuparse el dedo.

Los libros parroquiales en los que se registran los bautismos de los católicos dan fe de un hecho histórico, pero no prejuzgan las creencias posteriores de dichas personas. Son algo así como los libros del Registro Civil en los que se inscriben los nacimientos. Por otra parte, los libros bautismales no son ficheros estadísticos ni registros de datos personales en el sentido que se da a estos términos en la Ley Orgánica de Protección de Datos de Carácter Personal. En cualquier caso, ¿cómo cancelar o eliminar la inscripción bautismal: arrancando del libro la página correspondiente, en la que también figuran inscritas otras personas? Según el Acuerdo sobre asuntos jurídicos, suscrito entre la Santa Sede y el Estado español, éste se compromete a respetar y proteger la inviolabilidad de los archivos, registros y demás documentos pertenecientes a las parroquias.

Es falso afirmar que, en la financiación de la Iglesia, se tiene en cuenta el número de bautizados. Con el último acuerdo suscrito por el Gobierno español, queda eliminada la aportación directa con cargo a los Presupuestos Generales del Estado. A partir de ahora, el sostenimiento económico de la Iglesia Católica dependerá exclusivamente de la voluntad de sus fieles y simpatizantes, que deseen destinar a ella el 0,7% de la asignación tributaria, al hacer la declaración de la renta.

Desde el punto de vista teológico, la apostasía es un pecado gravísimo que supone rechazar el don de la fe recibido de Dios. En el ordenamiento jurídico de la Iglesia está tipificada como delito y conlleva una serie de consecuencias desagradables para quien lo comete, como son, entre otras, la denegación de la comunión eucarística y de las exequias eclesiásticas o la prohibición de actuar como padrino del bautismo.

Por supuesto que, en último término, cada uno puede hacer de su capa un sayo, y que se atenga a las consecuencias. Pero el número de incorporación de adultos a la Iglesia Católica aumenta sin cesar en el mundo entero. Sin ir más lejos, en la vecina Francia durante la última vigilia pascual, han sido bautizados 2.708 adultos, lo que supone un incremento del 15% desde 2001; mientras que el número de catecúmenos ha llegado a 9.453. Cifras bastante más significativas que las de las apostasías en las diócesis gallegas.