Este último domingo he tenido que pasar toda una tarde con mi amigo y vecino, el más viejo de la parroquia, y la compañía de su nieto, un pequeño e inquieto travieso de unos cuatro años.

En las dos horas que estuvimos en la taberna, no dejó de dar la lata. Y mientras le enseñamos a barajar un raido naipe, solo conseguimos que se enfureciese más, pues su escasa o nula experiencia nos llevó a recoger del suelo algunas cartas que tiraba enojado. La última vez que su abuelo recogió las cartas sentenció todo serio, mirándome, que le auguraba un buen futuro como vidente echador de cartas.

Con el dominó aguantó un poco más, demostrando también que no era capaz de esperar a que todas las fichas estuviesen de pie, para luego ver como caían como un castillo. Alguna que otra también hubo que ir a recoger a pie de barra.

Eso sí, mientras se liquidaba una fanta y una cocacola.

Antes de marcharnos a dar un paseo, habría que cansarlo antes de llevarlo de retorno a casa con sus padres que estaban de viaje, asistí a una lección magistral de matemáticas.

Mi vecino y amigo se agenció cinco sobres de conguitos, esos chuches recubiertos de chocolate, empezando un reparto de las bolitas; Uno para mí y otro para ti, al tiempo que colocaba uno delante de cada uno. Dos para mí y dos para ti, pero contando dos para él y solo uno pero que hacían dos con el primero que ya tenía. Tres para mí, tres juntos más, y tres para ti con los dos anteriores que ya tenía. Y así? hasta que el renacuajo se empezó a dar cuenta de que el montón de su abuelo siempre aumentaba en cada aportación y era mucho más grande que el suyo. La explicación del nieto se notaba en sus ojos; asombro y magia, tal vez, diciéndole que algo iba mal. Pero no sabía explicar la causa. En aquella media hora que duraron los cinco o seis repartos "equitativos" daba gloria ver el interés y atención que ponía en cada nueva operación. Pero la paciencia también tiene un límite y ésta llegó cuando le dio un manotazo al montón del abuelo, mostrando su disconformidad.

Toda una lección excatedra de este mi vecino y amigo, no solo para mí, que soy de letras, sino para todos aquellos que mantienen que no hay ni existen matemáticas aburridas.