Yo no soy jurista. Mis estudios de derecho se limitan a una asignatura cuatrimestral durante mi primer año de carrera. Probablemente por ello me resulte tan difícil comprender los sucesos que acuden a mi encuentro en este mundo que parece ir al doble de velocidad que la que soy capaz de alcanzar. Quizá me haya rezagado en la carrera de la vida, quizá me haya encerrado en mi "burbuja" y obviado el entorno, no lo descarto, pero lo cierto es que aún haciendo gala de todas mis capacidades no logro comprender como, por ejemplo, tras una cobarde violación, la víctima se tiene que esconder y los violadores son casi elevados a los altares por los estamentos judiciales. No lo entiendo, es más, he llegado a la conclusión de que el código penal de nuestro país está pensado para defender y proteger al delincuente y a su vez es inflexible y cruel con el ciudadano que cualquier día por una fallo o simple debilidad comete un error.

No entiendo cómo es posible que en procesos judiciales que prefiero no nombrar y de gran trascendencia de nuestro país, la fiscalía haya invadido el espacio reservado para la defensa y omitido sus obligaciones como el ministerio fiscal que es.

Durante las últimas semanas asistimos al escándalo del famoso máster y a la desfachatez de la presunta infractora. En esa "burbuja" protectora de la que ya hemos hablado y que cada vez habitan más personas, no logramos comprender como una persona, por egocentrismo y manifiesto abuso de poder, se permite poner en jaque a una institución pública como una universidad y con ella el prestigio profesional y personal del conjunto de sus docentes, alumnos y demás empleados, la credibilidad del sistema universitario español, en definitiva, gozando de la confianza de sus correligionarios y permaneciendo en su puesto de forma casi surrealista, para después dimitir por el robo de dos cremas corporales. Difícil de entender, imposible de digerir.

Esta última semana sigo con asombro y espanto las declaraciones de los distintos citados por la comisión que investiga la fusión de las cajas de ahorros de Galicia, en la que se está demostrando que todo cuanto se nos contó sobre el asunto y los argumentos esgrimidos por el inefable poder político eran falsos.

Tanto los informes del Banco de España, como la situación real de las entidades o incluso el famoso informe de KPMG, ese que nos costó un millón de euros a todos los gallegos, desaconsejaban la fusión y advertían de su más que seguro fracaso, pero fueron obviados por intereses partidistas que a día de hoy se siguen negando con absoluta impunidad.

Galicia perdió dos cajas de ahorros, un inmenso patrimonio inmobiliario y cultural, que a día de hoy han dejado de ser de todos. Galicia perdió un instrumento de desarrollo local, económico y cultural extraordinario y sin parangón, que seguro pagaremos con creces.

Miles de trabajadores perdieron su empleo, los españoles fuimos desposeídos de casi ocho mil millones de euros para sanear el engendro resultante de la fusión política y contra natura, para luego regalar la entidad y todo su patrimonio por un puñado de euros.

¿Quién responde? ¿Qué se les puede explicar a los alumnos de las distintas facultades de derecho o económicas de nuestra comunidad cuando se trata el tema? Con independencia de las ideas de cada uno, todas igualmente válidas y respetables, ¿no tiene nada que decir Juan pueblo?, ese mismo al que se le bombardea con continuas amenazas sobre la mala salud de la sanidad, el sistema de pensiones y tantos otros derechos amenazados.

Cada vez más españoles abrazan la posibilidad de cambiar la Constitución. Probablemente sea más que necesario a corto plazo, pero ¿qué me dicen del Código Civil, el Mercantil, el Penal y todo aquello que permite que el pueblo se sienta desprotegido y desamparado ante actuaciones y escándalos como los que cada día nos despiertan y empujan a habitar la "burbuja" de la esperanza?

Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, Sir Winston Churchill, se dirigió a su pueblo y dijo "Haremos un país nuevo y saldremos adelante", es cierto que el hecho de gozar de credibilidad entre su pueblo fue determinante, pero salieron adelante con ilusión, trabajo y determinación.

Quizá, solo quizá, después de esta guerra de infamia, corrupción y abusos que nos asola, haya llegado el momento de hacer una Galicia y una España nuevas. Lanzar un cambio social amparado en leyes justas, equitativas y que el pueblo, a la postre soberano, sea capaz de entender y aceptar con independencia de su posición, formación e ideales. Solo así saldremos adelante y abandonaremos la "burbuja". Pero como no tenemos ningún Churchill, vamos a tener que hacerlo entre todos y ya estamos tardando.