Con el paso de los años, he llegado al convencimiento de que el empleo, al igual que la materia, no se crea ni se destruye, solo se transforma. Y esa transformación lo convierte en trabajo precario, mal pagado, con jornadas interminables y horas extra que no se pagan. Contratos de corta duración, algunos por horas, que aceptas como única alternativa. De lo contrario, te quedas en la calle. Y si intentas alzar la voz en demanda de tus derechos, te señalan la puerta por la que puedes irte. Y olvídate ya de la renovación.

Decía Karl Marx que "el trabajo dignifica al hombre"; y yo, que ya tengo una edad, comparto esta máxima. Porque el trabajo te integra en la sociedad, mejora tu autoestima y proyecta una imagen positiva de ti mismo ante los demás. Y esto es incuestionable. Sin embargo hoy, el trabajo, cuya tónica es la temporalidad -amén de la dificultad para acceder al primer empleo-, ya no dignifica a nadie, y únicamente provoca inseguridad y, sobre todo, frustración.

El día 1º de mayo -¡qué ironía!- se celebró la Fiesta del Trabajo, pero los más de 3 millones de desempleados que existen en España, lamentablemente, no tuvieron nada que celebrar.