En su ensayo sobre "Corrupción y pecado", escrito cuando era arzobispo de Buenos Aires, el cardenal Bergoglio afirmaba que el corazón corrompido se siente cómodo y feliz por los atajos del ventajismo, e incluso persigue a todos aquellos que le contradicen.

Precisamente por eso, porque no está dispuesto a bajarse de su falso pedestal, resulta tan difícil al corrupto reconocer su culpa para aspirar al perdón. Como salida a este laberinto el Papa reclama fomentar una cultura de la legalidad, y sobre todo, una educación en las virtudes de la sobriedad, la solidaridad y el sentido del bien común.

Sin olvidar su invitación a rezar por el cambio del corazón de quienes han caído en esta lacra que padecen tanto las modernas democracias como los países en vías de desarrollo.

El último escrito sobre la santidad debe facilitar una reacción positiva para librarnos de esta lacra, la de la corrupción, quiero decir.