Empiezo mal: corro el riesgo de ser lapidado por utilizar un calificativo de corte machista en estos tiempos de feminismo desaforado. Si fuera hombre, no tengo claro el sinónimo masculino a utilizar, ya que "pizpireto" no me cae (el Word ya me lo está subrayando en rojo), y solo se me ocurre "pijo" -epíteto con el que nos referíamos los de mi tiempo a los chicos del Parque (no se me ofendan los supervivientes, que algunos veo por ahí, convertidos ya en sombras, como todos)-, que no es correlativo exacto de pizpireta.

Entrando en materia, decía que a la pizpireta la han cogido en un renuncio, y, como no puede ser de otra manera -frase utilizada hasta la náusea por los políticos-- la susodicha se ha encaramado en su orgullo, tildando de falsedad y persecución malvada todo cuanto se ha publicado, y respondiendo con vocecita afectada: "Pues no, no me voy, no me voy?" a todos los insidiosos que lo pretenden. Instantáneamente, me he trasladado a mí no tan tierna infancia, cuando en los rifirrafes callejeros un ofendido participante del juego infantil, de pronto rompía la baraja: "Hale, chúpate, pues ahora no juego?", o "me llevo la pelota, que es mía?", y así. Señor, señor, ¡qué nivel! Con los infinitos recursos del castellano y lo único que se le ocurre para humillar a los enemigos es decirles que no se va, fastidiaros. Con tales políticos hemos de lidiar, que, por no tener, ni siquiera tienen ingenio para divertirnos.

Y así, negando la mayor, la menor y tutti quanti, va medrando el castillo de embustes, edificado por la picaruela de melindrosos ojos, sonrisa con hoyuelos y esmalte pictórico de mujer fatal -con la obligada ayuda de los cómplices de oficio y beneficio: podrá bajar aún más la reputación de la universidad Juan Carlos?-; aplazando el derrumbe definitivo, que ya se adivina en medio de sus silencios y sonrisas altaneros, aderezados con el meneo coqueto de una juvenil coleta, cual yegua nerviosa con sus crines. Comportamiento, por cierto, nada distinto al de todos los que la han precedido en el uso abusivo de sus cargos políticos en el PP: por lo que llevo visto en TV, creo que somos el único país (europeo y parte del extranjero) donde los cargos públicos pillados o cuestionados en el ejercicio de sus funciones hacen gala de una expresión risueña, orgullosa y ofensiva para con sus conciudadanos; jamás avergonzados, bajando la cabeza o tapándose el rostro. Como decía Forges: ¡País! Tal es la cantidad de circunstancias "fortuitas" que se han producido en el affaire Cifuentes: confusión de datos, de dirección de tesis, de matriculación posterior inédita; que, no hay duda, la mejor exculpación que puede esgrimir la inmaculada presidenta, al más puro y rancio estilo romano, es la de que los hados se han confabulado contra ella. ¡Qué los dioses le sean propicios!