La sanción penal, pese a quien pese, siempre ha de estar en consonancia con la gravedad del delito cometido. Es cierto, qué duda cabe, que la privación temporal de libertad -la reclusión penitenciaria- ha de tener como objetivo la posible reinserción social del reo. Pero en el caso de asesinatos como los que se han cometido en los últimos años -recientemente, el del pequeño Gabriel-, existen pocas garantías de que el buen comportamiento del asesino en reclusión sea indicativo de que se ha rehabilitado. Es cierto que habrá que darle la oportunidad de demostrarlo. Aunque no la merezca.

Voces jurídicas autorizadas discrepan sobre la derogación de la prisión permanente revisable. Y la ciudadanía, con las naturales reservas que aconseja la prudencia, en el ámbito privado se declara rotundamente a favor de que continúe en vigor. En público, sin embargo, manifiesta tener dudas, no sabe o no contesta.

Hemos de ser pragmáticos y consecuentes con nuestros principios, expresándonos libremente, sin que una excesiva cautela sea la coartada perfecta para rasgarse las vestiduras. Nosotros somos ciudadanos de a pie, de infantería. Dejemos la demagogia, el populismo y la hipocresía para los políticos. Ellos tienen más experiencia.