Este invierno se ha producido un cortocircuito de la racionalidad precedido por otro que se produjo en el pasado otoño que afectó a la realidad de este país, denominado por quienes lo queremos como España. A principios de este año en que nos hallamos seguimos observando como los bucles de la irracionalidad se han hecho dueños de una posverdad que algunos pretenden patentar y que de hecho casi todos rechazamos pero que nos obligan a traducir como real y veraz como la vida misma.

¿Acaso los verdugos pueden dar clases de ética? Pues por lo visto parece ser que nos obligan a creer todo lo que nos digan desde las esferas del gobierno o de los medios de comunicación, pero no es así porque muchas de las cosas que no llegan no se corresponden con la realidad en la que vive la sociedad española.

Para los que nos gobiernan muchas de nuestra opiniones son meras rayas en el agua. Un agua que además empapa y moja cualquier papel que nos represente como ciudadanos. Todo ello es papel mojado que sin embargo conlleva sequía en todos los ámbitos de la sociedad a la que dicen defender. ¿Defender de qué? ¿de vivir por encima de nuestras posibilidades? ¿de someternos sin rechistar a la ley mordaza de los que predican que con la misma se defiende a la ciudadanía? ¿qué ciudadanía, la de los arrabales o la de las urbanizaciones con fielato? ¿qué el nuevo salario mínimo es riqueza o que el aumento de las pensiones es platino?

Menuda mansalva de barbaridades sin freno, que solo producen altos decibelios que cualquier persona sensata debe evitar para no romper con tal ruido su sosiego hipotecado y su razón de ser, sea o no favorable lo que oiga o lo que le respondan.

Vivir para ver. Qué tiempos corren; tiempos que nos trae el irraciocinio de aquellos que manejan los hilos del consumismo y el marketing del savoir faire. Dan ganas de decir lo que de forma nada prudente espetó el fallecido actor Fernando Fernán Gómez: Váyanse ustedes a la...