Dentro del sentido despreciativo de una creencia ampliamente compartida durante estos últimos años en las barras de tabernas, bares y cafeterías en este mi pueblo de Negreira -léase también centro médico, entidades bancarias y parques públicos-, que crea falsas ilusiones al magnificar erróneamente las expectativas de las pensiones y del paro, que me afectan muy particularmente, aparte de sentirme aludido sigo sin pronunciar mi muy particular parecer. Solo un encogimiento de hombros, entre arrogante, altanero o descortés, si se le quiere llamar de alguna forma, acompañado de silencio.

Agoreros siempre ha habido y por ver. De uno y otro signo. Yo, libreta en mano, a comprobar mi pensión cada fin de mes. Y siempre veo que siguen cumpliendo conmigo y mis obligaciones. Y me siento seguro. Confianza total. Qué quieren que les diga. Para eso he currado durante tantos años.

Que los que vengan (los pensionistas o cotizantes) se las tendrán que aliñar dentro de diez o quince años no me importa lo más mínimo. Tampoco mi consuelo desde el otro mundo les serviría de algo. Y es que la realidad de nuestros tiempos, y quizá de la especie humana, es la desigualdad en que casi todas las ideologías dominantes, es decir todos los que mandan, insisten en lograr la mayor igualdad posible entre sus ciudadanos o contribuyentes. Y en ello parece que estamos todos los votantes democráticos. Que lo consigamos o no, es otro problema, tanto de cultura como de credo o ideario.

Dentro de muy poco será lo más importante de que se hable. Y si no al tiempo. Pero soluciones habrá. A buen seguro. Y variadas. Lejos de mi ánimo ser un agorero más.

Luego que pase algo anómalo como en Venezuela o Cuba hay que echarle la culpa a esa revolución no bien comprendida o acabada o a la crisis, que esta, créanme, puede con todo y con todos. Y si no al tiempo. Tiempo que, por otra parte, tampoco ni necesito ni falta que me hace. Yo ya he cumplido. Ya digo, será cosa de otros tiempos y otras personas.