Hoy voy a hablar de los taxistas. Una de las profesiones duras, peligrosas y entretenidas que encontramos en la ciudad.

Les voy a contar dos experiencias que he tenido últimamente con estos profesionales en mi ciudad.

Con las fechas cercanas a la Navidad que estamos viviendo, la circulación por nuestra bella ciudad se hace insoportable así que en vez de ir en coche particular utilizamos transporte público, bus o taxi que es lo que tenemos hasta que nuestro flamante alcalde decida poner el metro, jaja.

Estaba en la zona de Rosalía el otro día y empezó a llover, así que tuve que coger un taxi. Cuando llegamos a la zona de Orillamar nos encontramos con que están asfaltando y hay un atasco de mil demonios. El taxista, joven y simpático, paró el taxímetro hasta que salimos del atasco. Cuando llegué a mi casa, en Castelao, le di propina y le agradecí el detalle.

Dos días después, da la casualidad que vuelvo a estar en la zona de Compostela y cojo un taxi, esta vez el señor es un poco más mayor que el anterior. Hicimos el mismo recorrido, Orillamar, Núñez de Balboa y calle Estrada, que es donde vivo. No había mucho tráfico y llegamos en un periquete. En el momento que voy a buscar el dinero en el bolso, veo el taxímetro, poco menos de 6 euros. Al momento, el taxista apaga el taxímetro y me da el cambio, me cobra casi 8 euros y le digo que está mal. Mal encarado me dice que me confundo y como el taxímetro está apagado no puedo hacer nada más y bajo del taxi.

En casa cuento lo que me ha pasado y mi madre me dice que a ella le pasó algo parecido hace unos meses con un taxista con la misma fisonomía del que iba yo.

Con esto quiero decir que en la profesión de taxista de nuestra ciudad hay buenas personas y otras que se aprovechan y cuando hay comentarios sobre el gremio no podemos globalizar. La próxima vez que coja un taxi apuntaré el número de licencia y la cosa no quedará en una carta de protesta.