Algunas noticias confortan. A mí lo hace la que dice que el Concello de Ourense importa un programa islandés para tratar de frenar una moda que, precisamente, nos llegó de tierras nórdicas: el botellón. Porque está más que demostrado que el botellón -o consumo descontrolado de alcohol entre jóvenes y adolescentes- tiene perniciosas consecuencias para la salud, máxime cuando las ingestas comienzan a edades tempraneras, como es el caso. Pero es que, además, el botellón es la plataforma perfecta para iniciarse en el consumo de otras drogas; es el origen de muchos accidentes de tráfico y de peleas; es la sentina donde los jóvenes no solo vomitan y miccionan, sino que dejan esparcidas toneladas de basura en un deplorable espectáculo.

Pero a la vista de tanta violencia como se da en la actualidad (en el entorno familiar, en la escuela, en los centros de salud y, no digamos, la lacra que nos asola: la violencia machista), uno se pregunta si una gran parte de esos violentos no serán el fruto de las primeras cosechas del susodicho botellón. Porque es obvio que muchos jóvenes beben para inhibirse de sus complejos de inferioridad e introversión. Bebiendo alcohol se sienten más osados, más hombres, más machotes, ¿más violentos? Ahí lo dejo.