En esto, como en casi todo, lo que se impone es lo que se ve en las películas norteamericanas. Y menos mal que solo los cazadores pueden tener licencia de armas. Si no esto sería otro infierno del lejano Oeste. Es y sigue siendo un hecho moralmente reprobable, más aún si se une a la costumbre de tratar de animar al equipo de tus colores o de tu pueblo y más si en ellos juega tu hijo, berreando las decisiones de un árbitro cuando interviene tu hijo o sobrino.

Viene esto a cuento de la vergüenza que he pasado el principio de lo que planifiqué como un bonito fin de semana, acudir a tal localidad cercana acompañando a la familiar afición a un partido de cadetes. Que solo son niños de 14 o 15 años. Hombrecitos, vamos. Pero menudo genio. No se les puede ni tocar, dar sí, y a placer.

"Ad libitum", como decíamos en el seminario.

La tangana que se armó al final del partido fue de cine. Y americano, por supuesto. Lo que no tiene sentido alguno es que los hombres -maridos, cuñados y hermanos- fuimos los que nos encargamos de separar a las mujeres,-esposas, hermanas y cuñadas- de tan fenomenal trifulca por una patadita de nena quejica o fan televisivo.

Cariño de madre mal comprendido. Todos somos muy ignorantes. Lo que ocurre es que no todos ignoramos las mismas cosas. Y de las mujeres ni te hablo; en machista o facha te quedas.

Mi amigo el señor mayor de mi parroquia me dijo, comentándole este lance, que hay tres clases de ignorancia: no saber lo que no debiera saberse, saber mal lo que se sabe y saber lo que no debiera saberse. Un fin de semana completo. Una comida sin sabor y vuelta a casa para ver cómo perdía mi equipo de manera vergonzosa: y ahí eché en falta la tangana que tendrían que echarle unos profesionales. No mis cadetes. Que estos ni cobran, pero juegan.

A manera de despedida también me dijo que los botijos, cuanto más vacios más ruido hacen.