Siento no compartir el optimismo de algunas personas que entienden que con la declaración de Forcadell ante el Tribunal Supremo, a esta señora se le abrieron los ojos como a Saulo cuando cayó del caballo, y que, por ende, renuncia a sus principios secesionistas. Más bien creo que, como Galileo Galilei (aunque, al contrario del astrónomo, ella esté equivocada para todos menos para los de su secta, incluida la "banda de la vara"), para salvarse de la hoguera (aquí prisión) abjure del heliocentrismo, sin perjuicio de que, por lo bajines, siga diciendo: "Y sin embargo, la Tierra se mueve". Porque la señora Forcadell adolece de lo que Ortega y Gasset llama "nacionalismo particularista, que consiste -explica el filósofo- en un sentimiento de intensidad variable que se apodera de un pueblo o colectividad y que les hace desear fervientemente vivir aparte de los demás". Y de ese bucle -que ellos llaman el problema catalán- no se sale tan fácil. Por eso Ortega sostiene que este problema hay que conllevarlo, porque no tiene solución.

De ahí que, para mí, sea mucho más creíble el vaticinio del filósofo que la promesa de la política, a quien se la supone que, para presidir el Parlament, ya juró o prometió algo que no hizo: "Cumplir fielmente las obligaciones del cargo con lealtad al Rey y guardar y hacer guardar la Constitución como norma fundamental del Estado".