El vecino de la parroquia con el que más me he relacionado era el decano de los ancianos. Murió a los 97, ya hace años. No era por la edad, parentesco o amistad, sino por la proximidad de nuestras casas. No hay otra. Como otros muchos, no se sabe, ni se puede explicar siquiera medianamente como no acabó internado. Hay muchas razones para pensar bien de él. Sí. Todas son legitimas, pero es una, que es la que nos devuelve a la cruda realidad actual; su atrayente y agraciado trato, frente a la tozuda y cautelosa desconfianza de que suelen hacer todas las personas muy mayores en su inmensa mayoría.

A la hora de marcharnos, justo antes de darle la vuelta a la llave del encendido, los fines de semana camino de la casa de la aldea en ese instante de hacer el recuento de lo que hay que llevar o dejar; como el amen de las oraciones son los periódicos de la semana para mi amigo, lector empedernido que lleva leyendo de moca casi toda mi biblioteca, e incluso susurrándome su parecer.

Su juventud la pasó en Cuba, en una plantación, de la que se trajo sus semillas de las que fumaba en tiempos de escasez ante la conmiseración de los demás convecinos.

Coincidiendo con las primeras elecciones europeas, a petición suya, le llevé todas las papeletas para que eligiera su voto y le acompañé a votar. Como no mostrara interés alguno en saber a quién votaba, se me abrió y me dijo que había votado a una tal Plataforma no sé qué, totalmente desconocida. Vamos algo muy raro. Al mostrarle mi extrañeza me dijo todo convencido y con toda la naturalidad del mundo, que era la papeleta que más mujeres llevaba. Ni me reí ni me dio la risa. Que pensar si que me dio aquel tanto discurrir.

Naturalmente en todo el ayuntamiento aquella formación tuvo un único y solitario voto. Tampoco podía ser de otro modo. Tal así era el más viejo de la aldea.

Hoy, hay en la parroquia, ya algún que otro jubilado que siembra y se fuma su cosecha durante todo el año al tiempo que trata de lograr alguna que otra variedad. ¡Quién lo iba a decir! Otro hay que aún recordándolo, echa de menos sus consejos sobre su laboreo. Nunca se puede decir que de esta agua no beberé. Y menos en estos tiempos.