Conocido es que esta estación, el otoño, de monocromática visión, en absoluto contraste con el colorido de la primavera o el verano, a muchas personas las deriva hacia un estado de cierta apatía, de cierto bajón anímico.

Si un día te despiertas al aroma de melancolía. Si el espejo te saluda con un: "buenos días, tristeza". Cierra los ojos y traslada tu mente. Recupera aquella mirada inquieta, vivaracha, del niño que todo lo cuestionaba, que todo lo quería saber, que todo lo quería atisbar, que todo lo quería sentir. El ¿por qué? de las cosas. Porque todo estaba por aprender, porque todo estaba por pasar, porque todo estaba por descubrir, porque todo estaba por disfrutar. Porque todo estaba por vivir.

Del niño que, absolutamente emocionado, observaba por primera vez cómo aquel frágil barquito de papel, que había confeccionado con sus pequeñas manos, se deslizaba lento, sereno y silencioso sobre un remanso del río.

Amanece cada día con la sensación de que aún te queda mucho sendero por pasear, mucho camino por recorrer, muchas huellas por dejar, muchas sensaciones por descubrir. Muchos sueños por cumplir.

Sí, retoma la actitud del niño que fuiste, de aquel niño que, ilusionado, accedía a cada segundo, a cada instante, a cada minuto. A cada novedad de la vida. Y, sobre todo, aprende a valorar el instante, porque solo el momento es eterno. Aprende a vivir.