Puigdemont y Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, han dividido a los ciudadanos por negarse a tender puentes por sus ideologías secesionistas, creando entre los ciudadanos una aversión emocional. Puigdemont quería declarar la independencia saltándose las leyes y manipulando la verdad, para crear una opinión a su favor. Forzado por un optimismo político de la CUP, parecía que quería romper la maldición que pesa sobre Cataluña. Una maldición que solamente ellos ven.

Hoy vemos dos grupos blancos de catalanes, donde uno parecía que se había retirado por sentirse catalanes y al mismo tiempo españoles, mientras el otro ocupaba las calles con sus esteladas, por sus puntos de vista antagónicos.

Hoy la brecha es más que política. Por el independentismo que un grupo quiere, muchos pueden perder sus empleos y ya notamos enfados que se pueden convertir en peleas. La distancia entre estos dos grupos se está haciendo tan grande, como la distancia entre musulmanes y no musulmanes. Mientras la alcaldesa Ada Colau siga gobernando, no habrá esperanza de reconciliación.

Los antinacionalistas contemplan cómo la identidad catalana los excluye y obliga a oponerse entre ellos y aquí vemos un nacionalismo cerrado, que pretenden convertirlo en un nacionalismo civil.

Hoy los catalanes están más divididos que nunca y la segregación se está haciendo muy profunda.