Llevo viviendo en Galicia desde 1973, lo que equivale a 44 años. Desde ahí, no recuerdo un año sin fuego en las montañas de esta comunidad. Y la única forma de atajar el fuego con más eficacia fue con impresionantes hidroaviones contraincendios cargando agua en las aguas oceánicas del Atlántico sin olvidar grupos de brigadistas e incluso de vecinos que ayudaron y pusieron gran empeño en la extinción de algunos de ellos.

Ya, aunque en menos escala, se hablaba de pirómanos, de los desaprensivos que montaban sus hogueras y barbacoas en medio del monte, por lo que se llegó a prohibirse tal costumbre años después. Sin embargo, los incendios continuaron arrasando y se sucedieron sin que las respuestas para anularlos fueran suficientes eficaces.

Ahora, con una retórica muy propia de estos tiempos, políticos que por cargo que ostentan son los únicos responsables para poner en marcha nuevas iniciativas, nos sorprenden afirmando que los incendios se producen por terroristas organizados que aprovechan la larga sequía, así como de culpar a Portugal de permitir que el fuego atraviese la frontera.

Todo no, pero si así fuera, el resultado no es otro que un desastre natural de tamaña dimensión que no permite quedar sin una respuesta clara e iniciativas a poner en marcha para que nada de esto suceda, pues ha causado un daño terrible en vidas humanas, en flora y fauna de dos de las zonas más singulares del Estado español, tales como Galicia y Asturias, sin olvidar la pérdida que varias familias tienen que soportar de verse sin sus propiedades, dígase viviendas, terrenos de cultivo o cuantiosos animales en un imperfecto plano de calcificación y ruina.

Si las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado han detectado globos de helio atados a bengalas, con un dato tan demoledor como tenebroso de 173 personas detenidas por incendios provocados en lo que va de año, bueno sería en implantar aparatos de videograbación con drones u otros artilugios de innovación tecnológica para averiguar qué ha ocurrido, tal como en otros casos se ha permitido saberlo.

En una sociedad de retóricas y enroques, y donde todo vale y nada pasa si infringes la ley, no estaría de más poner medidas de prevención y vigilancia para de ese modo actuar más rápidamente y detectar quiénes pueden estar atentando tan vilmente contra personas y bienes, sin necesidad de no mediar únicamente con tanta palabrería e impasibilidad, y en este caso casi tan punible como quienes actúan tan salvajemente contra los derechos de los demás y la propia madre naturaleza.