¿Un dantesco truco de magia para desviar la atención del este de España al oeste?

¿Una vendetta aprovechando la tormenta perfecta?

¿Intereses de diversa índole iluminados por el fuego en la noche?

¿Mentes perturbadas que disfrutan creando un infierno en una tierra cada vez menos verde?

Soy gallego practicante, de esos que no quieren renunciar a formar parte de una España, por desgracia, cada vez más desértica. Y nunca encuentro la respuesta a la estupidez humana que solo ve los beneficios inmediatos a costa de lo que sea y esta vez de quien sea, sin pensar en los efectos futuros. El domingo descubrimos lo que es masticar aire y que tus pulmones se resequen sin poder hacer nada más que mirar al cielo esperando la lluvia que le hemos robado al cielo. Descubrimos que ni las ciudades están a salvo cuando se trata de generar pánico. Descubrimos que un año puede tener más de un verano de incendios, y que los veranos irán aumentando sin remisión año tras año.

¿Pirómanos? Pocos. ¿Intereses? Todos. Y mientras, escucho a fiscales que requieren de más pruebas que la propia evidencia de una ciudad en llamas para ver que detrás de toda esta devastación se encuentra la mano del hombre; políticos que hablan de circunstancias excepcionales, como si los partes meteorológicos solo los utilizase esa NASA, que es capaz de llevarnos a Marte pero no de crear ingenios eficaces contra los incendios.

Lo triste es que esto deje de ocurrir, solo es una cuestión de tiempo, porque los desiertos no arden.