Hace una semana nos sacudía la terrible noticia de la muerte de nuestra amiga Maria Ferreira González. Triatleta, maestra, hija, novia, amiga y mucho, muchísimo más.

Al principio sólo teníamos constancia de su accidente descendiendo en bicicleta el puerto del Angliru, en Asturias, a donde se había desplazado a presenciar la penúltima etapa de la vuelta ciclista a España.

Horas más tarde, se confirmaba la fatalidad.

María nos había dejado. Pero su eterna sonrisa, su espíritu de lucha, sacrificio y superación, su cercanía y compañerismo, todo este legado, no. Ese nunca nos dejará.

Recuerdo a María acercarse muchas veces a mi calle en la piscina, sólo para darme consejos técnicos que había percibido mientras me observaba nadando, para mejorar, mientras ella estaba dando otras clases. Era así, desinteresada, solidaria. Si podía ayudarte, te ayudaba.

Han sido tan numerosas y han llegado desde puntos tan distintos y distantes las muestras de cariño hacía María las recibidas estos días, que nos han hecho darnos cuenta de lo lejos que ha llegado su influencia y de la fortuna que hemos tenido en conocerla y disfrutar de su optimismo.

Seremos muchos los que le dediquemos nuestras brazadas, nuestras zancadas o nuestros kilómetros en bicicleta a partir de ahora. Porque su legado permanecerá siempre con nosotros, siempre vivo, siempre presente.