Vivimos unos momentos especialmente tensos, propiciados por un proceso que Vd. y los que le secundan (que, como diría Castelao, a la vista de la concurrencia a esta especial Diada en vísperas del culmen de su proceso, son "os de sempre") basan, entre otras cosas, en un supuesto derecho democrático a decidir y en el sentimiento "maternal" de la Generalitat de procurar el bienestar y mejor futuro de su pueblo.

Se han expuesto tantos argumentos, en un sentido u otro, que considero inútil pretender que, esgrimiendo principios de legalidad o cosas similares, vayan a cambiar de opinión.

Por ello, en un afán didáctico, permítame que enfoque el problema bajo dos puntos de vista al margen de la política. Estos son la medicina y un pasaje de la Biblia que considero oportunos:

La medicina enseña que el cuerpo de cualquier ser vivo, por lo que también el del hombre, es un conjunto de órganos que deben funcionar unidos y coordinados. Por ello, en previsión de que un grupo de células puedan desoír el mandato de ese precepto armónico, considerarse en rebeldía e infectar algún miembro, arriesgando su funcionalidad, el equilibrio del organismo y la sobrevivencia del individuo como conjunto, ha desarrollado defensas a través del sistema inmunológico.

No es un deseo, pero suponga que mañana Vd. o cualquiera de sus próximos son diagnosticados de un tumor maligno. ¿Defendería la pervivencia de esas células que, en el libre ejercicio del derecho a decidir sobre su futuro, pretendieran apoderarse de un órgano del enfermo, o consideraría lícito y exigible por su parte su eliminación por cualquier método radical con la condición de que se salvaguardara la supervivencia del ser?

Ahora vamos con una enseñanza bíblica. El libro 1º de los Reyes, en su capítulo 3 cita a Salomón, sucesor de David, que había sido dotado por Dios de una mente sabia y prudente.

En cierta ocasión acudieron a él dos mujeres disputando la maternidad de un niño. Como ocurre en el caso que Vd. protagoniza, ambas argumentaban con contundencia, de forma que, carentes de los conocimientos genéticos de hoy en día, era muy difícil identificar a su legítima progenitora.

En tal circunstancia el monarca, en un gesto que sería reprobable de pretender su ejecución, pero sabio si se adopta como medida para mejor proveer, ordenó dividir al niño en dos y entregar una mitad a cada parte.

Aunque todos sabemos cómo termina la historia, quiero destacar que solo su madre auténtica quería evitar a toda costa la división de su amado vástago, mientras que la impostora no mostraba reparo en una medida tan traumática, anteponiendo sus fines espurios, quedando en evidencia y siendo acreedora de castigo.

No pretendo ser Salomón pero, aplicando la analogía, creo haberlo desenmascarado y sentencio: dividiendo a la sociedad a la que se debe demuestra que no la quiere, mereceendo reproche, tanto de la justicia como de la víctima de su artimaña.

A modo de post data.- Por si alguien, en ese afán de encuadrar a las personas, pretende clasificarme entre los irredentos anticatalanes que pululan por el estado español, quiero dejar constancia de que, allá por los setenta, viví en la ciudad de la que Vd. fue alcalde durante más de tres años, tuve allí a mi primer hijo, sentí sana envidia de la defensa que hacían de su cultura y siempre defendí que, con algunos pequeños "peros" que no vienen a cuento y no empañan el conjunto, mi experiencia fue grata y positiva.

Pero, sinceramente, en las imágenes de los telediarios, en ese radicalismo excluyente y muchas otras actuaciones que requerirían una extensión que no pretendo, no he reconocido a aquella Cataluña que admiré y defendí.