Muchos padres se preguntan en qué habrán fallado para no conseguir entender a alguno de sus hijos. No voy a ser yo quien ponga en duda que la convivencia y la comunicación no siempre son fáciles. Pero no es al seno familiar al que quiero referirme.

Como a una gran mayoría de ciudadanos de este país, el problema del referéndum de Cataluña me tiene totalmente desconcertado, aunque no sorprendido. Como aquel hijo al que no hemos sabido escuchar, y amenaza con irse de casa, a nuestro presidente del Gobierno el conflicto catalán se le ha ido de las manos.

A Mariano Rajoy con su ya exasperante estrategia de irse por los cerros de Úbeda y por dejar que corra el aire, aquellas bombas de palenque que eran el anuncio del comienzo de la algarabía por el proceso del 9N, pueden explotarle ahora en la mano.

Algo está fallando en todo el estamento político, unos y otros, cuando se pretende resolver con litigios y apercibimientos de penas de cárcel, un enfrentamiento entre el Estado y la Generalitat como si de un altercado callejero se tratase. Precisamente, el vocerío que ya ha comenzado a dejarse oír en las calles es el efecto de una exhibición de falsa democracia por parte de un grupo de representantes dentro del Parlament.

No es un independentismo legítimo aquel que se pretende conseguir aprobando reformas y leyes de un día para otro. Ni con una votación en la que urnas y papeletas son clandestinas. Ese amaño de autodeterminación hace uso de mecanismos adulterados que ponen en peligro la democracia, dejando dividida a la sociedad e incluso a muchas de esas familias que la componen.

Sea cual sea el desenlace, desde el día siguiente al 1-O, el trabajo que queda por delante es mayúsculo. Debemos exigirles a nuestros políticos que, lleven a la práctica esos dos vocablos que tanto les gusta pronunciar en sus comparecencias electoralistas: regeneración democrática.

Más que nunca, tenemos que ser conscientes de que, el poder de la gente es mayor que el de la gente del poder.