En la ciudad de Mackintosh son mejores los grafiteros que los arquitectos. Es una tradición colocarle un cono naranja en la testa a la estatua ecuestre del primer duque de Wellington. Un capirote. Una gamberrada simpática. Por el suelo una lata aplastada de Irn Bru, jarabe de chicle.

Explorando llego hasta los pies del doctor Livingstone, supongo, que luchó contra la esclavitud. En la catedral está enterrado el santo patrón de la ciudad. En una de las capillas puedes entregar tu lista de deseos. El Museo StMungo, que cuenta con un jardín zen, conciencia sobre el respeto entre los credos. Conozcamos las seis religiones principales, entre ellas el sijismo. Desde el ventanal se aprecia la necrópolis victoriana inspirada en el Pére Lachaise.

El mercadillo The Barras es caótico. Las baratijas no van ordenadas. El tipo de chándal vende pastillas azules reconstituyentes a viva voz. Lo más interesante comer en una tasca añeja.

El puente en suspensión es una modesta réplica del húngaro. La Pasionaria celebra una victoria que no se dio. Un guiño a los brigadistas británicos que apoyaron a la República. El Armadillo reposa junto al río Clyde. Patinadores y ciclistas saltarines. Quedan 216 millas hasta Inverness.

La chica de las apuestas del Ibrox Stadium no da abasto. Cuelgan camisetas históricas de los jugadores míticos que agrandaron la entidad. En los noventa, solo se esfumó una liga en toda la década, deleitaron Gazza o el menudo de los Laudrup. Al intervalo el legendario Andy Goram, más de cincuenta tacos, demuestra que perdió la figura pero no los reflejos. Con 1-3 al minuto 70 los aficionados tienen prisa de repente. El Oso Broxi se queda cabizbajo y taciturno.

Las donaciones son bienvenidas en el Museo Kelvingrove. Pero es gratis. ¡Vaya, han prestado El Cristo de San Juan de la Cruz! Bustos de héroes nacionales como Walter Scott, Adam Smith y William Wallace. Burns caracterizado como el Che y los siempre bien recibidos impresionistas.

De la disco ABC cuelga una bola brillante. No dejo que me seque las manos el de la limpieza pues pronto pasa el cepillo. Me acerco a Cathouse, también por unas seis libras sin derecho a mojar la garganta. Pasan más la fregona que los chicos del curling. A las tres nos invitan a marchar.