Por razones que no vienen al caso he tenido que hacer un desplazamiento conduciendo mi automóvil, casi dos horas por una buena carretera. El cielo abierto, el ruido del follaje de los eucaliptos y alguna que otra mosca impertinente o picada de tojo lo he cambiado por un tráfico incesante, aceras, semáforos y pasos de peatones sin fin.

He perdido el ritmo de la ciudad, me confieso avergonzado, -me faltaba esa seguridad del andar por el campo y la aldea- y esa inexperiencia se traslucía en el chocar y esquivar a la gente con la que tropezaba de continuo en su ir y venir por las calles.

Por momentos me sentía completamente como un desconocido cualquiera que hubiese llegado de la misma selva amazónica. A pesar de pasar allí el servicio militar, toda la ciudad no solo estaba desconocida sino también completamente patas arriba.

Esta misma mañana me he levantado aún no recuperado del todo de tanto ajetreo. Aún no se me asentó del todo la cabeza y los ruidos que en ella quedaron aún me causan molestias. A mí, que siempre me ha gustado conducir, ahora se me hace muy cuesta arriba, pues desde hace unos años he cogido la manía no solo de ir sumando las matrículas de los coches que van delante, sino también de ponerle un nombre a las que tienen tres letras. Hago dos sumas; cifra a cifra y a continuación de dos en dos. Como todo quisque tengo mis números bonitos y otros feos, y cuando me salen alguno de estos me irrito. O cuando las letras no son muy apropiadas para formar un nombre. Como si ellos tuviesen algo que ver en la mala suerte si no sale el bonito. No te digo cuando llevo una rastra de cinco o seis malos seguidos.

Y así kilómetro a kilómetro. Reniego del día en que leí e hice caso, no sé donde, lo bueno que era la terapia de hacer sumas o crucigramas. Lo malo es que cuando me acompaña el viejo de la parroquia, en algún que otro viaje corto, -por supuesto- siempre se me adelanta en el total por más que trate de despistarlo, en una competición totalmente absurda. Bien es verdad, como él mismo repite y me dice riendo, que cada uno es como Dios le hizo y aún peor muchas veces.