Era una mañana tórrida de este mes de julio, uno de esos días en que la camisa no se descuelga del cuerpo. De mal humor estaba, pues mis cuentas, las de la lechera que acostumbro a echar, estaban hechas añicos. Y solo por el plazo de dos días. Nada más salir del banco en donde había ingresado a Hacienda un buen montón de dinero por una plusvalía, me decidí, -con todo mi enfado-, a no aguar más el día y marcharme a la playa.

El pueblo al que acostumbro ir estaba de fiesta local. Ya me costó aparcar en aquella playa solitaria a su entrada. Como el viento no estaba de nordés el agua estaba fría, casi helada. Incluso la música de Tchaikovski sonaba rancia. El bar donde acostumbro a comer, comida casera y de la buena, tenía varios bautizos e imposible comer.

Decidí estrenar el mesón de más publicidad estática, un día tenía que ser, pero por mucho que se pretenda magullar la realidad no todo es oro lo que reluce. De entrada, la campechana alegría del camarero me resultó antipática y repelente. Desconfío siempre de la valía y méritos de una persona demasiado delgada o flacucha. Su impulsivo tic de guiñar un ojo confirmó mis creencias. Antes de sentarme las fanecas que comía una pareja tenían no solo la mejor pinta sino también un extraordinario tamaño. Apetecibles y apetitosas parecían. Y a fe que lo estaban. Lo mejor del día. Fue al empezar su degustación. El camarero me colocó el plato con la cabeza del pescado a mi derecha, tanto en el plato como las que quedaban en la fuente. No me hizo gracia y casi me irritó. Le dí la vuelta y empecé, como siempre hago, por su cola. Y fue ahí cuando me dí cuenta de que esto era una manía mía, muy particular y muy personal.

Luego pensé que cuando voy por la acera procuro no pisar todas las tapas de hierro, sean grandes o pequeñas. Que a veces, en determinada calle, con losas grandes procuro no pisar sus uniones. Que si hay una escalera aunque llegue al cuarto piso procuro no pasar por debajo. Que las siete farolas de aquella calle tengo que tocarlas todas. Que cuando salgo de casa y tengo que pisar la acera tendrá que ser siempre con el pie derecho. Que la primera persona que vea el primero de año tiene que ser de sexo contrario. Que la página de necrología ni mirarla? así se me pasó la comida. Lástima de café de pota que podría endulzarme un poco tan mal día.

Cuando marché el camarero me miró y se quedó muy serio, no sé si de desdén o alegría, si fue por la propina que le dejé o por el hecho de guiñarle un ojo, lo que da idea de lo influenciable que soy en eso de las manías.