El máximo y sempiterno dirigente de la Real Federación Española de Fútbol, encarcelado por presunto saqueo de las arcas de la entidad que presidía, ha quedado atrapado en la gran telaraña clientelar que tejió laboriosamente durante los 29 años que duró su mandato.

Que el mundo del fútbol estaba corrompido lo sospechábamos todos. Muchos sabían que las ingentes cantidades de dinero que se manejaban -y que algunos se repartían-, tenían una oscura procedencia. Sin embargo, existía un interesado pacto de silencio.

Se dice que el fútbol es el opio del pueblo. Y así, narcotizado, se olvida del paro, de la precariedad del empleo, de la irrisoria subida de las pensiones... El fútbol es, en cierto modo, como la música que amansa a las fieras. El analgésico de amplio espectro indicado para calmar la indignación de los ciudadanos. Pero, como todo principio activo sedante, también tiene efectos secundarios.

Los encausados, que ya son multitud, hicieron de la corrupción su seña de identidad, su modus vivendi, su razón de ser. Hemos de sospechar, sin embargo, que esto es solo la punta del iceberg.