Quizá sea esta la primera reforma, entender, en un sistema digital complejo, que los medios no son principalmente plataformas de poder, de lanzamiento de campañas personales -esa personalización excesiva del catolicismo social español- sino culturas, ámbitos culturales, espacios públicos de pensamiento y articulación de vida social.

Lo que también está claro es que, en estos últimos años, no han proliferado iniciativas originales, creativas y novedosas. Quizá la reciente celebración, a instancias de los PP. Dominicos, de un Congreso sobre márketing religioso sea lo más refrescante que hemos visto.

Los medios propiedad de la Iglesia, han sido también termómetros de la capacidad del sujeto cristiano por tener una voz elocuente y una presencia significativa, ante la ausencia de otras formas.

La apuesta de la Iglesia en España por la comunicación y por los medios de comunicación ha sido una apuesta que, en no pocas ocasiones, ha vivido más de la tentación y de la forma política que de la reflexión intelectual y cultural. Esta forma ha limitado, en muchos sentidos, la creatividad de la Iglesia, y del sujeto cristiano, en ordena a alentar un tejido civil de élites intelectuales y culturales.

Y en esa parece que estamos y seguimos.