Hace cuarenta años, en la ciudad de Almagro, se celebraron unas jornadas de teatro clásico español con el objetivo de poner en contacto el mundo de la escena con el académico y el de la investigación, hasta entonces por caminos paralelos en sus diversos ámbitos. A día de hoy, el Festival de Teatro Clásico de Almagro es, sin duda, una de las grandes referencias culturales de España, uno de los más importantes aciertos de las últimas décadas y una referencia internacional gracias a un trabajo continuado y con impecable planificación en diferentes ámbitos de actuación, al que no es ajeno el compromiso institucional que agrupa desde el Ayuntamiento de la ciudad hasta el Ministerio de Cultura, principal valedor del certamen, aportando más de un sesenta por ciento de su presupuesto.

El movimiento del Festival a lo largo del mes de julio es imponente: más de cien representaciones de las que veinticinco son estrenos, a través de cincuenta compañías procedentes de trece países. Y todo ello contemplado por más de cincuenta mil espectadores -para hacernos una idea el municipio de Almagro tiene censados unos ocho mil habitantes- que llenan hoteles y paradores en más de treinta kilómetros a la redonda. Ni que decir tiene que el Festival es una industria cultural de enorme calado que impulsa la economía de la zona. Y, por encima de ello, está el valor añadido que supone el prestigio internacional del ciclo teatral que ha supuesto un revulsivo turístico para toda la provincia de Ciudad Real.

Lo mejor del festival de Almagro está en su diversidad, en su eclecticismo. Conviven en él propuestas artísticas de todo tipo y del más diferente calado. En muchas de ellas el riesgo está presente en primera instancia, algo que se agradece, y mucho, en un festival que ha sabido enfocar el teatro clásico desde perspectivas innovadoras. Es un auténtico laboratorio teatral con multitud de espacios que conviven, de manera simultánea, en las representaciones, teniendo además un apartado pedagógico creciente y que luego se exporta a otros territorios.

Este año, como contraste, he asistido a dos funciones contrapuestas en sus modos de expresión pero convergentes en los altos umbrales de calidad con que fueron realizadas. La mexicana compañía Teatro de la Rendija, con sede en Mérida, en la península del Yucatán, con la dirección de Raquel Araujo, presentó una espectacular versión del auto sacramental "El divino Narciso" de sor Juana Inés de la Cruz: audaz y rupturista. Desde la Nueva España del siglo XVII hasta la actualidad, cinco actrices se volcaron en un texto complejo que lograron ahormar con sorprendente ductilidad y amplitud de miras dramatúrgicas.

La Compañía Nacional de Teatro Clásico y el Festival de Almagro son dos caras de la misma moneda. Entre otros espectáculos este año la compañía presentó un nuevo acercamiento a "La dama duende" de Calderón de la Barca, dirigida por Helena Pimenta.