En FARO, una de sus mejores plumas, Fernando Franco, el fin de semana pasado se plantea hablar de política y cultura, pero decidió no hacerlo. Decisión inteligente de un profesional del periodismo. Felicidades una vez más.

La reciente dimisión del director del Museo Marco de Vigo invita, lógicamente, a pronunciarse sobre ello. En este caso, como artista, me sugiere publicar una reflexión.

En los años setenta, Vigo contaba para doscientos mil habitantes con un Museo: Quiñones de León. Tan evidente era su suficiencia que cuando lo visitaba, el municipal que lo custodiaba encendía las luces para el visitante, pues las veces que me tocó he sido el único visitador.

Además, había contadas salas de exposiciones en la ciudad, una privada de efímera vida, en la calle Urzaiz, y las otras dos de la Caja de Ahorros Municipal de Vigo, una en la calle Pontevedra y otra en las nuevas galerías de Policarpo Sanz con Velázquez Moreno.

El arte salía a la calle, recuerdo que se realizaba una exposición colectiva anual al aire libre en la plaza de la Princesa. Suficiente para que los aficionados tuviésemos el motor e ilusión de disfrutar y admirar a los artistas locales, quienes amablemente comentaban su obra.

La población actual, trescientos mil, en su recorrido de crecimiento, viendo la hemeroteca no se observa que hubiera una demanda cultural de salas de exposiciones en ningún medio, ni en época de elecciones, pero en la actualidad Vigo dispone de veinte museos, veinte.

Si las demandas sociales no han ido por esas causas, la única razón que se me ocurre es como mínimo el lucimiento del político de turno con el consecuente negocio paralelo de construcciones y cemento que, por una parte han supuesto un tremendo gasto, y por la otra crean un ridículo de utilización. No solamente por falta de gestores profesional y artísticamente adecuados, sino por la ausencia de ofertas mínimamente atractivas para reclamo de los ciudadanos, quienes han costeado. Para justificar se recurre a cifras de visitantes que principalmente son visitas de colegios en horas lectivas, es decir niños y adolescentes obligados a tales visitas.

Si lo anterior se complementa con un concejal de Cultura cuyos antecedentes de gestión se ciñen al mundo de la sanidad, sin programa conocido y que además en la presentación de varias exposiciones patrocinadas por el Ayuntamiento declara no conocer al artista y su obra hasta el momento de la inauguración y que le desea muchos éxitos, apaga y vamos.

Mientras no surjan ideas y gestión, en resumen proyecto para atraer al público con los fondos de arte que dispone la ciudad, no generar inquietud por presentar nuevos y buenos programas, tomado en serio por profesionales, que los hay, y que demuestren ser cualificados gestores, captando y exportando buenas exposiciones itinerantes con la mínima, o ninguna, participación política, seguiremos teniendo a nuestra disposición unos costosos y vacíos edificios que se han construido por vanidades puntuales y negocios de unos pocos.

En esto nos parecemos a muchas ciudades producto de los pelotazos sin medida. Una vez más queda demostrado que el arte, si interesa por sí mismo, no debe maridar con los políticos.

Entiendo pues, porque F. Franco decidió no escribir sobre este tema que no es que sea controvertido como él dice, a mi modo de ver es un producto del fiasco cementero de principios del siglo que vivimos. Lo del arte y la cultura solamente era una justificación, y no saben cómo seguir justificando su existencia.

Miro Carballo. Pintor.