Dicen que la vida es caer y levantarse. También dicen que trata de enseñarnos todo aquello que no aparece en los libros. Pero el mundo de hoy, cada vez más inhumano, injusto e incomprensible, hace que muchas de esas asignaturas para las que uno no necesita matricularse, resulten más difícil de superar a cada minuto que pasa.

Incluso en este mundo moderno, podemos ser testigos de una inevitable mezcla de alegrías y fatalidades, como si la bola de la suerte al salir del bombo, decidiese quiénes son los vencedores y quiénes los vencidos.

Era la primera vez que ingresaba en un hospital para una pequeña reparación quirúrgica. El quirófano, ese lugar insólito para mí, era el escenario escogido por el destino para que viviese una nueva experiencia. He desoído la llamada del destino en varias ocasiones, como si pudiese esquivar sus inapelables reglas, pero este decidió no concederme más prórrogas, la tregua había llegado a su fin.

Enseguida percibí la insensibilidad en una parte de mi cuerpo. No sé si por el hecho de verme rodeado por un numeroso equipo de profesionales médicos, o bien, porque mi sistema nervioso necesitaba reiniciarse, mi mente se había convertido en una balsa de aceite.

En ese corto viaje, mientras me reparaban, pensé en los momentos posteriores a la intervención. Por fin me liberaría de esas pequeñas limitaciones que, de antemano, eran una dificultad añadida a mi casi incansable aspiración por encontrar un empleo. Sí, casi incansable, aunque quienes me conocen saben que no arrojo la toalla fácilmente, a pesar del desaliento que produce el hecho de ser descartado una y otra vez, incluso para aquellos puestos en los que uno alcanza el nivel de cualificación. Por eso no puedo evitar que a cada paso mi perseverancia y paciencia se encuentren más dañadas.

A pesar de ello, sigo intentando salir de ese colectivo de personas que con creces pasamos de los cincuenta y damnificadas por una severa e incongruente reforma laboral. Como muchos otros desempleados, no soy de los que se acomodan en el diván y pretenden vivir de prestaciones o subsidios. Precisamente a las ayudas quiero referirme.

Pues claro que es impensable diseñar una ley para cada ciudadano, pero es más que evidente que la actual legislación tiene renglones torcidos, por lo que ha llegado el momento, entre otras muchas cosas, de analizar con detalle la concesión de ayudas para que puedan llegar a todas aquellas personas que realmente se hacen merecedoras de ellas.

Me resulta incomprensible que el Estado no disponga de herramientas que eviten dejar desamparados a desempleados de larga duración y, como en mi caso, después de haber cotizado a la Seguridad Social durante más de treinta y cinco años.

Al igual que a otras muchas personas de mi edad, este inmerecido abandono, puede ocasionarnos un riesgo inminente de exclusión, además de comprometer el futuro de nuestros hijos.