Todos conocemos esta triste realidad y todos la ignoramos de la misma manera. Sabemos de sobra quiénes son los camellos, personas que acuden en los descansos de los centros de educación secundaria y que, muchas veces, incluso forman parte de ella. La mayor acción por parte de muchos padres consiste en un "no te acerques a los desconocidos", como si eso fuera una vacuna contra la gripe. Cuando pasa un tiempo, la mayoría de los padres ya saben si su hijo, o algún amigo del susodicho, consume la llamada hierba de la risa. Aún así el aviso entre padres es nulo, un triste mensaje de "tú, a tus asuntos, hijo; y yo, a los míos".

Con esto, lo que pretendo reflejar es lo siguiente: muchas veces el peligro no es ese extraño que se acerca desde la distancia, sino ese niño que lleva siendo amigo de tu hijo desde hace años. De hecho, que un desconocido se acerque a un instituto ya no es tan común como lo fue a finales de los ochenta o principios de los noventa. Ahora, si alguien quiere vender marihuana en uno de los centros, primero se gana a uno de los chavales para que él sea el encargado de distribuirla. Para los directores y maestros de los centros esto no es ninguna novedad. Ellos, en el caótico microsistema que compone un instituto, saben distinguir perfectamente quiénes son las gacelas y quiénes, las hienas. En muchas de las ocasiones se pilla al pequeño camello y lo avisan, siendo el peor de los casos una llamada al hogar del joven. Así, volvemos al principio: los padres deciden que es una etapa, tal vez haya alguna regañina de escarmiento pero, con eso, todo olvidado. Y al final, esa dejadez es la que acaba por estropear el futuro de su propio hijo. Sinceramente, siento mucho que tantos jóvenes se pierdan por no tener el consejo de sus padres.