Que los alcaldes hagan alcaldadas es lo propio y coherente, pero que la mayoría de un pleno se erija por encima del bien y del mal haciendo trizas toda ley, estatuto, reglamento, ordenanza, regla y precepto municipal para hacer saber urbi e orbe su queja o malestar al Estado roza una absurda extravagancia y despropósito más propia de necios ignorantes y vagos debidamente subvencionados.

Propongo la creación de un premio a premiar -¿a qué, si no?- a aquel alcalde o pleno que acuerde una memez totalmente alejada de toda competencia municipal, que en nada favorece a sus ciudadanos,-solo a unos muy pocos y de su cuerda- y en nada a los problemas de su ciudad.

A los ejemplos me remito: Santiago; contra Israel a favor de los países "democráticos árabes"; Zaragoza, contra la Academia Militar, a favor de soldaditos de papel; a Valencia, para los símbolos e Ibi de la Iglesia Católica (¿Y cuántas van ya?) ?y tantos otros.

A partir de este lunes, -juramento y promesa incluida- empezaré un libro sobre estas mociones plenarias y sus consecuencias, que algunas ya hay, de esta gente que está llamada a ser un referente mundial dada su capacidad de gestión y que está perdiendo su tiempo en una alcaldía cuando su destino está llamado a más grandes y esperanzadoras metas de este mundo mundial.

Y a los hechos que me remito, claro se ve que le queda pequeña la alcaldía, recordándome al tonto de mi aldea, que en la mesa de la fiesta parroquial viendo a su primo desabrochándose el cinturón le pregunta; "seguro que quedas con hambre. Si quieres te hago un bisté". Talmente.