Desearía tener la certeza de la equivocación, la desilusión de una ilusión, las lágrimas de una sonrisa. Pero, sobre todo, ser ignorante de un futuro escrito por el pasado. Quiero, deseo, ansío son palabras que los días, los periódicos, los informativos me van robando hasta rendirme a la comodidad de la mansedumbre, convirtiéndome en un engranaje servil que engrasa la maquinaria de la desigualdad confiado a que el infortunio, cuando pase a mi lado, mire a otro, a alguien que tenga menos que perder que yo, a alguien lejano y desconocido por el cual solo sienta el dolor de una imagen en un telediario a la hora de la comida, redimiéndome con alguna exclamación fruto del terror por la posibilidad de que el infortunio me termine encontrando al otro lado de la pantalla, más que por un sentimiento real ya olvidado en el determinismo de la resignación.

Las luces se han apagado y en las calles ya solo queda el creciente rastro de indigentes escapando del frío de nuestra indiferencia, no vaya a ser que un "buenos días" nos contagie el virus de los olvidados por el dinero, por los que algún día fueron los suyos, por los que pasamos sin mirarlos como si nada estuviese ocurriendo. Al fin y al cabo eso solo le pasa a los demás?