Sale a la calle, un día más de su triste y pobre calendario, un día que es en su vida un transcurso más del tiempo, un paso más hacia esa vejez inevitable.

Hoy, se viste, se prepara, se detiene un poco más en los detalles, en su imagen, en su indumentaria; la publicidad leonina, el marketing insaciable, llevan días y más días marcando el inicio de esa época, de esas fechas denominadas Navidades, donde los sueños, las ilusiones, las metas, las esperanzas, se convierten en el devenir de cada ciudadano, de cada espacio, de cada rincón, y todo ello bondadosamente incentivada por esta sociedad de consumo donde, la iniciativa del individuo, es suplantado por la dictadura de las masas.

Nuestro protagonista, consciente de ello, intenta ser uno más, intenta pasar desapercibido en esta vorágine que la Navidad impone, que la Navidad implanta, independientemente de sentimientos, situaciones o el vivir de cada persona, de cada individuo. Nuestro protagonista, hace tiempo, mucho tiempo que ha dejado de soñar, que ha dejado atrás sus ilusiones, que ha dejado de proponerse metas, siendo su vida, un paso más hacia el hastío, hacia la soledad.

Hace frío, los termómetros por fin marcan temperaturas propias de estas fechas, dándose cuenta de ello demasiado tarde, al pisar la calle, al comenzar su paseo matutino; llegan a sus oídos un sonido, una canción, algo que le recuerda a un pasado, ya lejano, en el que la sonrisa acudía a su mente, a su corazón, un sonido que le hace revivir una imagen del pasado en que estas fechas significaban algo más que un sueño, algo más que una ilusión ?recuerda ...vuela? a una época ya caduca, cuando de repente se da cuenta que una sonrisa ha dejado una huella en su rostro, ha dejado algo, pequeño, minúsculo, pero al fin y al cabo un leve recuerdo de una alegría, que en su corazón despierta la ilusión de estas fechas, ...la ilusión que nos hace sentir vivos, que nos hace soñar... que nos hace ser felices, aunque sea por breves momentos, por corto espacio de tiempo.