Situémonos por un instante en 1828 cuando el candidato demócrata a la presidencia de Estados Unidos, Andrew Jackson recibía el apodo de "burro" por su poca inteligencia y tozudez. Él sin embargo llegó aprovechar este mote como símbolo electoral porque consideraba que este animal representaba mejor que ningún otro el esfuerzo y la modestia. Curiosamente el ilustrador Thomas Nast comenzaría a utilizar este logotipo, y por contraposición pensó en el elefante como ejemplo de inteligencia y docilidad, para el Partido Republicano.

Han pasado muchos años hasta llegar a un 2016 en el que los roles de esos animales ya nada tienen que ver con las banderas de los partidos en las que ondean: el burro representa más la tenaz sinrazón de Trump, y el elefante la inteligencia de alguien que es fácilmente sometible por una superioridad intelectual que le hace evitar remangarse en el fango del populismo, el cual, según el filósofo Fernando Savater "es la democracia de los ignorantes. A veces sirve para revelarse contra problemas reales, pero no para solucionarlos. Busca revancha, no reforma". Este análisis tan simplista elaborado desde la prepotencia de una superioridad intelectual, es el que sorprendentemente da la victoria al Señor Trump. Para desgracia de nuestro mundo estos: Trump, Putin, Berlusconi, Le Pen, Nigel Farange o el mismísimo exalcalde de la todopoderosa Londres Boris Johnson, han escogido el mensaje del: "Todo para el pueblo, pero sin el pueblo". A pesar de ello me solidarizo un poco con la idea de que la cultura es la mejor vacuna para los populismos; sean estos de izquierdas o de derechas, porque al fin y al cabo el uno existe por contraposición al otro, realimentándose en una perfecta escenificación acordada, como podemos ver en nuestro país. No obstante, en el caso de las elecciones americanas la lectura de que el eslabón más débil de la cadena social, el que tiene trabajos de baja cualificación o se encuentra en paro, o afectado por no haberse podido o querido adaptar a un mundo más globalizado, es el que se aferró al estandarte de un muro que no deje entrar todo aquello que pueda atentar contra un "sueño americano" que tuvo lugar como premio a una victoria en la Segunda Guerra Mundial, y que ya nunca se repetirá como tal, parece no ser el análisis correcto, cuando muchos de los votantes republicanos tiene formación universitaria. Si esto se circunscribe solo a la idiosincrasia de un país de seis husos horarios y de más de doscientos cincuenta millones de votantes censados; compro el argumento en el convencimiento de que es más fácil aceptar un presidente negro que a una mujer en el Despacho Oval, incluso, que los votantes están cansados del establishment de Washington y las dinastías políticas. Y en ese sentido un republicano, transmutado en "burro" ha sabido fundir en el crisol del miedo a la pérdida de nivel económico, de seguridad, de liderazgo mundial, a todo esos americanos descontentos, en la única fe de que un empresario sin ética alguna que ha amasado cuatro mil millones de dólares, les permitirá dormir tranquilos en su sueño americano vallado por la protección de su todo poderoso líder, a pesar de que seguramente no conseguirá crear los once millones de puestos de trabajo del anterior gobierno.

El presente que estamos construyendo se cimenta en el miedo a la perdida de lo poco que nos queda, y no en la lucha de lo que debiéramos tener.