Las cosas más sorprendentes no dejan de ocurrir en los lugares más insospechados. Ayer mismo, de vuelta a casa, el cambio climático me proporcionó una estampa insólita de finales de octubre. Se trataba de cuatro ancianos jugando a las cartas en mangas de camisa en un parque. Esta imagen en sí misma ya suponía una evidencia de los vientos de cambio climatológico pero, cuando uno de los ancianos arrojó sobre la mesa convencido la sota de bastos, otro mencionó, "¿si se creía el capitán del portaviones Kuznetsov dirigiéndose a finiquitar el "incómodo asunto" de Alepo?"

La sota de bastos pensé yo? Miles de años de supuesta civilización y aún no somos capaces de resolver conflictos si no es por la ley del más fuerte. O mejor dicho, de evitarlos; porque al fin y al cabo, todo consiste en una cuestión de intereses económicos y, en este caso, geoestratégicos entre Estados Unidos y Rusia, masacrando a los más pobres, a los que no han tenido ni la oportunidad de escapar. Unos dicen que el otro y el otro que el uno.

Ahora pongo una flotilla a las puertas de Siria. ¿Quién se atreve a subir la apuesta en medio de unas elecciones presidenciales?

Por desgracia la realidad casi olvidada es que ayer mismo han muerto 22 niños y seis profesores en una escuela de la provincia siria de Idlib, mientras los cascos blancos culpan al régimen de Damasco, mientras nosotros ajenos al genocidio perpetrado sistemáticamente por un criminal, pensamos que ya tenemos bastante con nuestros 5.500 millones de euros de recortes, comunicado valientemente una vez que la sota de bastos caía sobre el tapete de juego anunciando el fin de la partida, una vez que se pregonaban esos "nuevos aires de cambio" que conducirán a más diálogo, más consenso. Lo curioso es que siempre decidimos hacer las cosas bien cuando ya es demasiado tarde.