Hemos sabido construir una nación imponente. Una joya. Nada que ver con esa imagen catastrófica que forzadamente se nos hace ver por quienes la utilizan por deplorables intenciones políticas. Con problemas, algunos muy importantes, pero también con inmensa capacidad para solventarlos, como bien recuerdan nuestros mayores de sus propias experiencias. No responden a la realidad los mensajes apocalípticos que cada dos por tres escuchamos: España ha prosperado en términos espectaculares en los últimos treinta años, algo que reconocen quienes nos conocieron entonces y lo hacen de nuevo ahora.

Esta realidad incontestable ha sido consecuencia de una clase dirigente responsable y de alta calidad. Los diferentes gobiernos de distinto color que se han sucedido en democracia, han liderado ese colosal despegue que deslumbra al mundo. De ahí que se haga tan necesario ahora reivindicar unos políticos de categoría, preparados, que sean capaces de recoger el testigo y hacernos avanzar, con altura de miras -lo que suele definirse como visión de Estado-, sin enredarse en fulanismos ni pedestres ocurrencias infantiles.

Hemos de estar bien orgullosos de ser españoles. Sin complejos. Sin exclusiones. Con la certeza de que pertenecemos a una gran nación con formidable riqueza, plural, casi un continente en un país, con tradiciones diversas que al unirse no encuentran parangón. Ser españoles que lo somos por el hecho de ser asturianos, riojanos, murcianos o canarios. "E pluribus unum", como sabiamente reza el lema de Estados Unidos, esa otra gran nación hermana que ha sabido erigir de la diversidad su esplendor.