El pasado19 de octubre despedimos a Juan Manuel Pérez Barreiro, párroco de Porriño, en la iglesia de San Francisco de Tui, estando el templo abarrotado con más de medio centenar de sacerdotes y muchos vecinos de Tui y feligreses de las parroquias en las que desempeñó su ministerio.

Juan Manuel había nacido en Pazos de Reis (Tui) el 5 de septiembre de 1951 y una grave enfermedad lo arrebató en solo cuatro meses con 65 años recién cumplidos. A los que lo conocíamos su prematura muerte nos ha dejado perplejos, y a su madre, Matusa, desolada, pues era su único hijo. Cuando el domingo 16 de octubre le llevé la sagrada comunión al centro médico, su madre estaba muy afligida presintiendo lo peor; me manifestó que le flaqueaba la fe y no era capaz de rezar; entonces le recordé, a ella y a Juan Manuel, las palabras reconfortantes del gran San Ambrosio: "Me agarro a la Iglesia como el árbol a la tierra".

Juan, así le llamaban su madre, ingresó en el Seminario Conciliar de Tui en 1965. Don Ricardo García Fernández, canónigo emérito y expárroco de Tui, comenta: "La muerte de Juan Manuel me dejó frío". Y añade que la parroquia de Tui le ayudó a pagar la pensión al principio de sus estudios y, como párroco, siempre mantuvo un trato cercano con la abuela y con Matusa. También recuerda Don Ricardo que en 2002 coincidieron en la celebración de las bodas sacerdotales de oro y plata, respectivamente.

Además, el expárroco de Tui evoca los años en los que Juan Manuel colaboró con las comunidades del Camino Neocatecumenal y, en particular, recuerda una convivencia que celebraron en San Xoán de Fornelos (Salvaterra de Miño), donde Juan fue ecónomo entre 1979 y 1983; les enseñó con detenimiento y esmero la iglesia monumental en la que fue bautizado Domingo Rodríguez de Pazo, llamado "Mestre de Fornelos", escultor de las cajas de los órganos de la catedral de Tui, de los artísticos muebles de la sacristía y de la sala capitular, y de otras importantes tallas.

Sin caer en el tópico de que "los muertos son los mejores", se puede afirmar que Juan Manuel fue un buen sacerdote, un fiel amigo y un hijo ejemplar. Aunque su muerte inesperada nos produce tristeza y abatimiento, sin embargo nos acogemos con fe y esperanza a la promesa que nos hace Jesús: "En la casa de mi Padre hay muchas moradas" (Jn 14, 2), donde no hay ni tristeza ni muerte, sino vida y alegría sin fin. Los primeros cristianos escribían a menudo en los sepulcros de los que habían dado su vida por la fe, "ut vivas", esto mismo pedimos para Juan Manuel: que vivas eternamente con Cristo y con Santa María.